En el alba tímida despierta el día,
se deshilachan sueños de la noche fría.
Las calles bostezan bajo un sol naciente,
y la ciudad murmura su canción silente.
Café humeante, ritual mañanero,
un sorbo de vida en un mundo pasajero.
La prisa en los pasos, rutina constante,
en el vaivén diario de un ritmo vibrante.
El reloj, dictador de horas y minutos,
marca el compás de todos los asuntos.
Risas y llantos, trabajo y descanso,
se tejen en el lienzo de un tiempo manso.
En la esquina, el panadero amasa sus sueños,
fragancias de harina, de viejos empeños.
Niños que corren tras un balón,
mientras el sol juega con su fulgor.
La tarde se tiñe de un dorado tenue,
sombra y luz bailan, en un vaivén perenne.
Los ecos del día se desvanecen lentos,
y la calma regresa con sus alientos.
La cena en familia, el calor del hogar,
el suave murmullo del amor sin cesar.
Palabras compartidas, miradas sinceras,
la vida se vive en estas pequeñas esferas.
La noche despliega su manto estrellado,
y en cada hogar se encuentra un legado.
En lo cotidiano, en lo simple y verdadero,
reside la magia de un mundo entero.
Así transcurre la vida, día tras día,
un ciclo eterno de rutina y poesía.
En lo sencillo se halla la esencia,
la vida cotidiana, en toda su presencia.