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viernes, 9 de septiembre de 2011

San poeta labrador




Yo era poeta labrador.
Mi campo era amarillo y áspero.
Todos los días yo sudaba
y lloraba para ablandarlo.
Tras de los bueyes, lentos, firmes,
iba la reja de arado.
Mis surcos eran largos, hondos.
(Mis versos eran hondos, largos.)
Por el otoño lo sembraba
sin desmayar, año tras año.
Iba un puñado de belleza
por cada puñado de grano.
Y un puñadito de verdad.
(Esto sin que lo viera el amo.)
Año tras año lo segaba
bajo los fuegos del verano:
de hambre y dolor era la siega,
de hambre y de dolor y desengaño.

Por san poeta labrador,
a mediados del mes de mayo,
cuando en la Iglesia Catedral
arden las velas del milagro,
me arrodillé sobre la piedra
antes de que cantara el gallo
y estuve así, reza que reza,
la frente humilde, en cruz los brazos.
A Dios el Padre, a Dios el Hijo
y a Dios el Espíritu Santo,
con toda urgencia les pedía
que nos echaran una mano.
Pedía por todos los buenos,
por los que dicen que son malos.
Por los sordos con buen oído,
y por los ciegos de ojos sanos.
Por los soldaditos de plomo
y por el plomo de los soldados.
Por los de estómago vacío
y por los curados de espanto.
Por los niños del culo al aire
y por las niñas de ojos pasmados.
Por las madres de pechos secos
y por los abuelos borrachos.
Por los caídos en la nieve,
por los quemados del verano,
por los que duermen en la cárcel,
por los que velan en el páramo,
por los que gritan a los vientos,
por los que callan asustados,
por los que tienen sed y esperan
y por los desesperanzados.
Ardientemente, largas horas
estuve así pidiendo, orando.

Con las rodillas desolladas,
sabor a incienso en mis labios,
yo, San Poeta Labrador,
cuando ya el Sol estaba en alto,
salí en el nombre de Dios Padre,
del Hijo y del Espíritu Santo,
con ojos anchos de esperanza,
salí al encuentro del milagro.
(Angeles a la tarea
sobre mi tierra arando, arando.
Bajo la sombra de sus alas,
altas espigas, rubio grano.
Pan de justicia para todos.
Amor y paz desenterrados.)

Miré.Miré. Los ángeles no estaban.
Inmóviles los bueyes, solo el campo.

Dejé secar la sangre en mis rodillas.
Miré de frente y empuñe el arado.






Libertad





Crecieron así seres de manos atadas.



A tiros nos dijeron: cruz y raya.
En cruz estamos. Raya. Tachadura.
Borrón y cárcel nueva. Punto en boca.

Si observas la conducta conveniente,
podrás decir palabras permitidas:
invierno, luz, hispanidad, sombrero.
(Si se te cae la lengua de vergüenza,
te cuelgas un cartel que diga "mudo",
tiendes la mano y juntas calderilla.)

Si calzas los zapatos según norma,
también podrás cruzar a la otra acera
buscando el sol o un techo que te abrigue.

Pagando tus impuestos puntualmente,
podrás ir al taller o a la oficina,
quemarte las pestañas y las uñas,
partirte el pecho y alcanzar la gloria.

También tendrás honestas diversiones.
El paso de un entierro, una película
de las debidamente autorizadas,
fútbol del bueno, un vaso de cerveza,
bonitas emisiones en la radio
y misa por la tarde los domingos.

Pero no pienses "libertad", no digas,
no escribas "libertad", nunca consientas
que se te asome al blanco de los ojos,
ni exhale su olorcillo por tus ropas,
ni se te prenda a un rizo del cabello.

Y, sobre todo, amigo, al acostarte,
no escondas "libertad" bajo tu almohada
por ver si sueñas con mejores días.
No sea que una noche te incorpores
sonambulando "libertad", y olvides,
y salgas a gritarla por las calles,
descerrajando puertas y ventanas,
matando los serenos y los gatos,
rompiendo los faroles y las fuentes,
y el sueño de los justos, porque entonces,
punto final, hermano, y Dios te ayude.




Cuando nace un hombre






Cuando nace un hombre
siempre es amanecer aunque en la alcoba
la noche pinte negros cristales.

Cuando nace un hombre
hay un olor a pan recién cocido
por los pasillos de la casa;
en las paredes, los paisajes
huelen a mar y a hierba fresca
y los abuelos del retrato
vuelven la cara y se sonríen.

Cuando nace un hombre
florecen rosas imprevistas
en el jarrón de la consola
y aquellos pájaros bordados
en los cojines de la sala
silban y cantan como locos.

Cuando nace un hombre
todos los muertos de su sangre
llegan a verle y se comprueban
en el contorno de su boca.

Cuando nace un hombre
hay una estrella detenida
al mismo borde del tejado
y en un lejano monte o risco
brota un hilillo de agua nueva.

Cuando nace un hombre
todas las madres de este mundo
sienten calor en su regazo
y hasta los labios de las vírgenes
llega un sabor a miel y a beso.

Cuando nace un hombre
de los varones brotan chispas,
los viejos ponen ojos graves
y los muchachos atestiguan
el fuego alegre de sus venas.

Cuando nace un hombre
todos tenemos un hermano.