En el corazón del parque, bajo el cielo azul cobalto,
donde las risas se mezclan con el viento en un canto alto,
un niño sueña despierto, con ojos de luz brillante,
en el carrusel mágico, en su mundo deslumbrante.
Caballos de madera, con crines de oro y plata,
giran y giran sin cesar, en una danza que desata
la imaginación sin límites, en una tarde dorada,
donde todo es posible, donde la realidad es difusa y nada.
Montañas rusas que tocan las estrellas,
vuelan veloces, dejan atrás las huellas,
de miedos y dudas, se elevan hacia el infinito,
gritos de alegría, en un vuelo exquisito.
Las luces de neón dibujan constelaciones,
creando universos en cada rincón,
mientras el niño ríe, libre de preocupaciones,
perdido en la magia, en su propia canción.
En la casa de los espejos, su reflejo se transforma,
es un caballero valiente, una figura que asombra,
o tal vez un mago, con poderes extraordinarios,
en cada esquina, nuevas aventuras, nuevos escenarios.
El algodón de azúcar, como nubes de fantasía,
endulza sus labios, en una tarde que brilla,
con colores vibrantes, con sabores encantados,
en el parque de atracciones, donde los sueños son dorados.
Y al caer la noche, con las estrellas como testigos,
el niño regresa a casa, con su corazón henchido,
de recuerdos y fantasías, de un día que fue eterno,
donde cada instante fue un tesoro, en su parque de sueños.
La luna, su cómplice, le sonríe desde el cielo,
sabe que en su mente, aún gira el carrusel en duelo,
pues en los ojos de un niño, la magia nunca muere,
en cada parque de atracciones, un nuevo sueño florece.