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domingo, 23 de febrero de 2014

Creo en mi corazón


Creo en mi corazón, ramo de aromas 
que mi Señor como una fronda agita, 
perfumando de amor toda la vida 
y haciéndola bendita. 

Creo en mi corazón, el que no pide 
nada porque es capaz del sumo ensueño 
y abraza en el ensueño lo creado: 
¡inmenso dueño! 

Creo en mi corazón, que cuando canta 
hunde en el Dios profundo el franco herido, 
para subir de la piscina viva 
recién nacido 

Creo en mi corazón, el que tremola 
porque lo hizo el que turbó los mares, 
y en el que da la Vida orquestaciones 
como de pleamares. 

Creo en mi corazón, el que yo exprimo 
para teñir el lienzo de la vida 
de rojez o palor y que le ha hecho 
veste encendida. 

Creo en mi corazón, el que en la siembra 
por el surco sin fin fue acrecentando. 
Creo en mi corazón, siempre vertido, 
pero nunca vaciado. 

Creo en mi corazón, en que el gusano 
no ha de morder, pues mellará a la muerte; 
creo en mi corazón, el reclinado 
en el pecho de Dios terrible y fuerte.


Gabriela Mistral

Corderito



Corderito mío, 
suavidad callada: 
mi pecho es tu gruta 
de musgo afelpada. 

Carnecita blanca, 
tajada de luna: 
lo he olvidado todo 
por hacerme cuna. 

Me olvidé del mundo 
y de mí no siento 
más que el pecho vivo 
con que te sustento. 

Y sé de mí sólo 
que en mí te recuestas. 
Tu fiesta, hijo mío, 
apagó las fiestas.


Gabriela Mistral

QUÉJASE DE LA SUERTE



¿En perseguirme, mundo, qué interesas?
¿En qué te ofendo, cuando sólo intento
poner bellezas en mi entendimiento
y no mi entendimiento en las bellezas?

Yo no estimo tesoros ni riquezas,
y así, siempre me causa más contento
poner riquezas en mi entendimiento
que no mi entendimiento en las riquezas.

Y no estimo hermosura que vencida
es despojo civil de las edades
ni riqueza me agrada fementida,

teniendo por mejor en mis verdades
consumir vanidades de la vida
que consumir la vida en vanidades.

Sor Juana Inés de la Cruz

QUE CONSUELA A UN CELOSO

Amor empieza por desasosiego,
solicitud, ardores y desvelos;
crece con riesgos, lances y recelos;
susténtase de llantos y de ruego.

Doctrínanle tibiezas y despego,
conserva el ser entre engañosos velos,
hasta que con agravios o con celos
apaga con sus lágrimas su fuego.

Su principio, su medio y fin es éste:
¿pues por qué, Alcino, sientes el desvío
de Celia, que otro tiempo bien te quiso?

¿Qué razón hay de que dolor te cueste?
Pues no te engañó amor, Alcino mío,
sino que llegó el término preciso.

Sor Juana Inés de la Cruz

La saeta



¡Oh, la saeta, el cantar 
al Cristo de los gitanos, 
siempre con sangre en las manos, 
siempre por desenclavar! 
¡Cantar del pueblo andaluz, 
que todas las primaveras 
anda pidiendo escaleras 
para subir a la cruz! 
¡Cantar de la tierra mía, 
que echa flores 
al Jesús de la agonía, 
y es la fe de mis mayores! 
¡Oh, no eres tú mi cantar! 
¡No puedo cantar, ni quiero 
a ese Jesús del madero, 
sino al que anduvo en el mar!


Antonio Machado

En abril, las aguas mil


Son de abril las aguas mil. 
Sopla el viento achubascado, 
y entre nublado y nublado 
hay trozos de cielo añil. 
Agua y sol. El iris brilla. 
En una nube lejana, 
zigzaguea 
una centella amarilla. 
La lluvia da en la ventana 
y el cristal repiqueteo. 
A través de la neblina 
que forma la lluvia fina, 
se divisa un prado verde, 
y un encinar se esfumina, 
y una sierra gris se pierde. 
Los hilos del aguacero 
sesgan las nacientes frondas, 
y agitan las turbias ondas 
en el remanso del Duero. 
Lloviendo está en los habares 
y en las pardas sementeras; 
hay sol en los encinares, 
charcos por las carreteras. 
Lluvia y sol. Ya se oscurece 
el campo, ya se ilumina; 
allí un cerro desparece, 
allá surge una colina. 
Ya son claros, ya sombríos 
los dispersos caseríos, 
los lejanos torreones. 
Hacia la sierra plomiza 
van rodando en pelotones 
nubes de guata y ceniza.


Antonio Machado

A un naranjo y a un limonero


Naranjo en maceta, ¡qué triste es tu suerte! 
Medrosas tiritan tus hojas menguadas. 
Naranjo en la corte, ¡qué pena da verte 
con tus naranjitas secas y arrugadas!. 

Pobre limonero de fruto amarillo 
cual pomo pulido de pálida cera, 
¡qué pena mirarte, mísero arbolillo 
criado en mezquino tonel de madera! 

De los claros bosques de la Andalucía, 
¿quién os trajo a esta castellana tierra 
que barren los vientos de la adusta sierra, 
hijos de los campos de la tierra mía? 

¡Gloria de los huertos, árbol limonero, 
que enciendes los frutos de pálido oro, 
y alumbras del negro cipresal austero 
las quietas plegarias erguidas en coro; 

y fresco naranjo del patio querido, 
del campo risueño y el huerto soñado, 
siempre en mi recuerdo maduro o florido 
de frondas y aromas y frutos cargado!


Antonio Machado