Bajo el cielo de octubre
la noche murmura estrellas,
y en su quietud, las Oriónidas
caen como cenizas del tiempo.
Fugaces, rompen el aire
como sueños perdidos
en el viento de otoño.
Cada una, un deseo apagado.
Orión las lanza
desde su caza eterna,
y el cosmos suspira
su danza fugaz.
Brillan y se desvanecen
como memorias lejanas,
dejando un rastro de luz
en el abismo nocturno.
Somos testigos del instante,
del fuego que cruza el cielo
y desaparece sin rastro.
Somos la sombra que observa.
Y en esa mirada breve,
somos también estrellas,
polvo errante,
luz que sueña.