En la quietud de la noche, cierro los ojos,
y en el horizonte de mis sueños me desplazo,
un viaje sin fronteras, sin reloj ni cronómetro,
tan solo con el deseo de volar, mi fiel abrazo.
Me envuelven paisajes de mares y montañas,
ciudades doradas bajo cielos estrellados,
senderos ocultos en antiguas cabañas,
y caminos de seda, en mis pensamientos trazados.
El viento me susurra secretos milenarios,
y en sus alas me lleva a reinos olvidados,
donde el sol acaricia campos legendarios,
y el alma encuentra refugio en versos encantados.
Recorro el bullicio de mercados orientales,
con colores y aromas que embriagan la razón,
y en un rincón perdido de bosques tropicales,
descubro el murmullo de una antigua canción.
Cada paso, un eco de libertad infinita,
cada paisaje, un lienzo de vida y emoción,
en el vasto teatro del mundo, me invita
a ser protagonista de mi propia narración.
No hay destino fijo, solo el viaje eterno,
la brújula apunta hacia mi propio anhelo,
y en cada nuevo amanecer me interno,
siguiendo el rastro de un sueño sincero.
Despierto con la certeza de que algún día,
mis pies tocarán esos suelos tan ansiados,
y en el corazón, la llama que todavía
mantiene vivo el deseo, jamás apagados.
Así, mi sueño de viajar permanece,
un faro que guía mis pasos en la niebla,
y en cada rincón del alma resplandece,
la promesa de un mundo que me espera.