Bajo el manto gris de noviembre,
una tarde se despliega en silencio.
Susurros de hojas danzan a mis pies,
melodía melancólica que el viento lleva.
El sol se oculta tras nubarrones sombríos,
pintando el cielo con pinceladas grises.
Mis pasos resuenan en la calle desierta,
un eco solitario en la tarde que declina.
Entre los árboles desnudos, el frío se cuela,
acariciando mi rostro con sus dedos gélidos.
El crepúsculo se dibuja en el horizonte,
una paleta de colores que se desvanece.
Caminando en la penumbra de este noviembre,
mis pensamientos fluyen como un río tranquilo.
Las sombras se alargan, abrazando la quietud,
mientras la ciudad se sumerge en un sosiego profundo.
En la calma de la tarde, la melancolía se revela,
un suspiro nostálgico que abraza mi alma.
Pero en la soledad encuentro mi compañía,
un diálogo silente con el universo que me rodea.
Así, entre la penumbra y la serenidad,
se desvanece la tarde de noviembre.
Pero en mi corazón perdura el instante,
como un poema que el tiempo no puede borrar.