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jueves, 8 de enero de 2015

CASTILLA



El ciego sol se estrella 
en las duras aristas de las armas, 
llaga de luz los petos y espaldares 
y flamea en las puntas de las lanzas.

El ciego sol, la sed y la fatiga. 
Por la terrible estepa castellana, 
al destierro, con doce de los suyos, 
—polvo, sudor y hierro— el Cid cabalga.

Cerrado está el mesón a piedra y lodo... 
Nadie responde.  Al pomo de la espada 
y al cuento de las picas, el postigo 
va a ceder... ¡Quema el sol, el aire abrasa!

A los terribles golpes, 
de eco ronco, una voz pura, de plata 
y de cristal, responde... Hay una niña 
muy débil y muy blanca, 
en el umbral.  Es toda 
ojos azules; y en los ojos, lágrimas. 
Oro pálido nimba 
su carita curiosa y asustada.

«¡Buen Cid!  Pasad... El rey nos dará muerte, 
arruinará la casa 
y sembrará de sal el pobre campo 
que mi padre trabaja... 
Idos.  El Cielo os colme de venturas... 
En nuestro mal, ioh Cid!, no ganáis nada».

Calla la niña y llora sin gemido... 
Un sollozo infantil cruza la escuadra 
de feroces guerreros, 
y una voz inflexible grita: «¡En marcha!»

El ciego sol, la sed y la fatiga. 
Por la terrible estepa castellana, 
al destierro, con doce de los suyos 
—polvo, sudor y hierro—, el Cid cabalga.

                                                                               Manuel Machado