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miércoles, 11 de enero de 2012

Comer sirena



Que no le sirvan otra cosa,
no foca, no cazón, tonina,
tanto animal del agua.
A la sirena hay que pedirla con cabeza.

Más importante aun que el ajo,
el estragón, pimienta y sal;
antes de ponderar
el cuerpo que Alavesa
le otorga a sus riojas,
o hacer alto homenaje a la cosecha
85 de Burdeos,
hay que mirar de frente a la sirena;

acariciar su cara desvaída, 
limpiar de caracoles sus cabellos.

Primero que cerner
su cuerpo al infiernillo,
sin macerar siquiera, fresca todavía,
olerle el cuello,
deletrear a su oído la palabra percebe
y ver si resucita.

Si no responde sentirás el hambre.
Es el momento de cerrar sus ojos para siempre,
pedir que la retiren de la mesa
para dejarla en manos de pinche y cocinero.

Bon apétit
—de aperitivo oporto.




Saint-Jean de Luz



Las velas de las barcas

atadas a los mástiles

como vírgenes mártires

en la hoguera del día.



Transcurren desfallecidas,

estatuas de sal, exánimes,

ajenas a las sucesivas

voces de las suplicantes.



Invisible sobre las aguas,

por donde nadie parecía,

verbo puro, sin estampa,

el viento como un mesías



las toma entre sus brazos.

Impetuoso, las reanima,

como a nubes las hincha,

las colma de entusiasmo



y parte con ellas, de prisa

-¡oh hambre de ser!- cortando

en finas rajas de brisa

el pan fresco del espacio.