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jueves, 6 de octubre de 2011

Castidad (Poema arabigoandaluz)





Aunque estaba pronta a entregarse, me abstuve de
ella, y no obedecí la tentación que me ofrecía Satán.
Apareció sin velo en la noche, y las tinieblas nocturnas,
iluminadas por su rostro, también levantaron aquella vez sus velos.
No había mirada suya en la que no hubiera incentivos
que revolucionaban los corazones.
Mas di fuerzas al precepto divino que condena la
lujuria sobre las arrancadas caprichosas del corcel de mi pasión, para que mi
instinto no se resbalase contra la castidad.
Y, así, pasé con ella la noche como el pequeño camello
sediento al que el bozal impide mamar.
Tal, un vergel, donde para uno como yo no hay otro
provecho que el ver y el oler.
Que no soy yo como las bestias abandonadas que
toman los jardines como pasto.


Gloria Fuertes que estás en los cielos





Gloria Fuertes que estás en los cielos
Con el Dios del anciano del parque,
con el Dios que tejiste en tus versos...
Con el dios que te hizo payaso
Gloria Fuertes que estás en los cielos...

Gloria Fuertes que estás en los niños
En los hombres y mujeres del pueblo.
Gloria Fuertes que un mes de noviembre
Te escapaste sin boli y cuaderno.
Gloria Fuertes que estás donde Philips
Donde Chelo, Asunción y otros muertos
Gloria Fuertes que ya sabes todo
Lo que pasa después del silencio

Gloria Fuertes que estás en mi vida
Te has llevado un buen trozo del pecho.
Gloria Fuertes que estás donde sea..
No me basta la voz del recuerdo...
Yo te quiero en tu casa y tus cosas
Con un whisky un pitillo y un verso.


El pan y la sal...



De una casa a otra se enviaban saludos,
las cintas de humo azul de los hogares
y, con las filtraciones de las primeras luces,
algunas nubes lentas.

Entre una casa y otra los silencios
eran ruidos de platos,
una flor esmaltada en unas tazas, el murmullo
de las copas de vidrio.

Desde hace algunos años
es un pueblo vacío,
uno de esos lugares que ya no necesita del crepúsculo.

Los muros de las casas
se han ido acostumbrando
al desfallecimiento, a los rigores
de las viejas moreras, de las parras silvestres.
En medio de las plazas,
al final de las calles, las sombras de las cosas
permanecen inmóviles,
nos hablan desde fuera del tiempo.

Ahora el cielo está quieto como un campo sin nada,
como el hombre sentado que lo mira.

Como el que en la maleza
busca aún las canciones perdidas de los niños,
algunas nubes lentas para la intimidad,
para el regreso.