En el parque, donde el sol brilla radiante,
los niños corren y ríen sin cesar.
Sus risas llenan el aire como notas de un vals,
una sinfonía de alegría y felicidad.
Sus risueños rostros, llenos de inocencia,
reflejan la magia que habita en su esencia.
Jugando sin preocupación ni temor,
explorando un mundo lleno de color.
Saltan y brincan como pequeñas aves,
libres y ligeros, sin importarles nada.
El columpio los eleva hacia el cielo,
mientras la brisa les acaricia con anhelo.
En los toboganes deslizan su alegría,
como cascadas de diversión y fantasía.
Construyen castillos en la arena dorada,
mientras el sol les sonríe desde su morada.
Los juegos de escondite despiertan risas,
entre arbustos y árboles, pequeñas travesuras.
Su imaginación vuela como cometas en el viento,
creando mundos mágicos sin ningún impedimento.
En el parque, los niños son eternos soñadores,
creando aventuras con sus pequeños motores.
Su energía y vitalidad son un tesoro sin igual,
una fuente inagotable de amor y paz celestial.
Así, mientras los niños juegan en este lugar,
se teje un poema de alegría y libertad.
El parque se convierte en un lienzo de ilusión,
donde los niños son dueños de su propia canción.
Que nunca se apague su risa ni su alegría,
que siempre sigan disfrutando de esta melodía.
Porque en los niños está el futuro que anhelamos,
un mundo lleno de amor y sueños que deseamos.