En la cúspide de los años,
donde el tiempo se hace bruma,
nuestro amor despliega su encanto,
en la dulce melodía de la pluma.
En el ocaso de nuestras vidas,
con arrugas que cuentan historias,
se dibuja en nuestras miradas,
la pasión que nunca fue ilusoria.
Las manos que han vivido tanto,
entrelazadas en un baile eterno,
caminan juntas por el sendero,
dejando huellas en el firmamento.
Nuestros rostros llenos de arrugas,
son testigos de una vida compartida,
cada línea representa el tiempo,
y la fortaleza de una unión decidida.
En cada paso lento y pausado,
en cada risa llena de ternura,
nuestro amor se fortalece,
en cada pétalo que la madura.
El cabello plateado y sereno,
se convierte en símbolo de sabiduría,
nuestro amor trasciende las apariencias,
y encuentra en la vejez su armonía.
En el silencio de las noches tranquilas,
nuestros corazones laten al unísono,
como una sinfonía de susurros,
que se desliza en el tiempo sin abandono.
Aunque el cuerpo ya no sea joven,
el amor se mantiene eternamente vivo,
cada gesto, cada mirada, cada abrazo,
nos recuerda que aún estamos cautivos.
Cautivos en un amor intemporal,
que el paso de los años no desvanece,
en la vejez encontramos la esencia,
de un amor puro y sin merodeces.
Así, en la serenidad de nuestra vejez,
nuestro amor se viste de añoranza,
pues cada instante juntos es un tesoro,
que guardamos con ternura y constancia.
En la vejez, el amor es un tesoro,
que brilla con luz propia y sin medida,
y mientras nuestros corazones laten,
nuestro amor perdurará en esta vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario