En el recuerdo de aquellos días dorados,
donde el sol pintaba sonrisas en mi rostro,
habita la niña que una vez fui,
una chispa inocente llena de sueños y alboroto.
Era el mundo un lienzo en blanco ante mis ojos,
y yo, cual artista curiosa, lo exploraba sin cesar,
caminaba sin miedo, saltaba con brío,
y en cada risa encontraba mi razón de amar.
Mi cabello revuelto y lleno de travesuras,
mis manos pequeñas repletas de maravillas,
descubría en cada flor y cada estrella,
la magia infinita de las cosas sencillas.
La imaginación era mi fiel compañera,
y en el juego encontraba mi verdad,
construía castillos en el aire,
y en los sueños, mi libertad.
Pero el tiempo implacable avanzó sin descanso,
la niña creció, y los días cambiaron de color,
el mundo se volvió un poco más frío,
y la inocencia se fue desvaneciendo con dolor.
Pero aún así, en lo más profundo de mi ser,
esa niña vive, con su risa y su curiosidad,
me susurra al oído, llena de esperanza,
recordándome que siempre hay un nuevo camino por explorar.
Así que, a esa niña que fui un día,
le dedico estas palabras llenas de amor,
nunca olvidaré quien fui en aquel entonces,
pues en esa esencia reside mi verdadero valor.
Eres parte de mí, pequeña valiente,
y aunque el tiempo pase sin cesar,
siempre llevaré con orgullo tu esencia,
y en mi corazón, tu luz nunca dejará de brillar.
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