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jueves, 20 de febrero de 2014

Cantos escolares. Los niños mártires de Chapultepec




?Como renuevos cuyos aliños 
un cierzo helado destruye en flor 
así cayeron los héroes niños 
ante las balas del invasor. 

?Fugaz como un sueño, el plazo 
fue, de su infancia ideal; 
mas los durmió en su regazo 
la Gloria, madre inmortal. 

Pronto la patria querida 
sus vidas necesitó, 
y uno tras otro la vida 
sonriendo le entregó. 

En la risueña colina 
del Bosque, uno de otro en pos 
cayeron, con la divina 
majestad de un joven dios. 

¿Quién, después que de tan pía 
oblación contar oyó, 
a la Patria negaría 
la sangre que ella le dio? 

Niñez que hallaste un calvario 
de la vida en el albor: 
que te sirva de sudario 
la bandera tricolor. 

Y que canten tus hazañas 
cielo y tierra sin cesar, 
el cóndor de las montañas 
y las ondas de la mar...


Amado Nervo

Campoamor



Éste del cabello cano, 
como la piel del armiño, 
juntó su candor de niño 
con su experiencia de anciano; 
cuando se tiene en la mano 
un libro de tal varón, 
abeja es cada expresión 
que, volando del papel, 
deja en los labios la miel 
y pica en el corazón.


Rubén Darío

Canción de carnaval


Musa, la máscara apresta, 
ensaya un aire jovial 
y goza y ríe en la fiesta 
del Carnaval. 

Ríe en la danza que gira, 
muestra la pierna rosada, 
y suene, como una lira, 
tu carcajada. 

Para volar más ligera 
ponte dos hojas de rosa, 
como hace tu compañera 
la mariposa. 

Y que en tu boca risueña, 
que se une al alegre coro, 
deje la abeja porteña 
su miel de oro. 

Únete a la mascarada, 
y mientras muequea un clown 
con la faz pintarrajeada 
como Frank Brown; 

mientras Arlequín revela 
que al prisma sus tintes roba 
y aparece Pulchinela 
con su joroba, 

di a Colombina la bella 
lo que de ella pienso yo, 
y descorcha una botella 
para Pierrot. 

Que él te cuente cómo rima 
sus amores con la Luna 
y te haga un poema en una 
pantomima. 

Da al aire la serenata, 
toca el auro bandolín, 
lleva un látigo de plata 
para el spleen. 

Sé lírica y sé bizarra; 
con la cítara sé griega; 
o gaucha, con la guitarra 
de Santos Vega. 

Mueve tu espléndido torso 
por las calles pintorescas, 
y juega y adorna el Corso 
con rosas frescas. 

De perlas riega un tesoro 
de Andrade en el regio nido, 
y en la hopalanda de Guido, 
polvo de oro. 

Penas y duelos olvida, 
canta deleites y amores; 
busca la flor de las flores 
por Florida: 

Con la armonía te encantas 
de las rimas de cristal, 
y deshojas a sus plantas, 
un madrigal. 

Piruetea, baila, inspira 
versos locos y joviales; 
celebre la alegre lira 
los carnavales. 

Sus gritos y sus canciones, 
sus comparsas y sus trajes, 
sus perlas, tintes y encajes 
y pompones. 

Y lleve la rauda brisa, 
sonora, argentina, fresca, 
¡la victoria de tu risa 
funambulesca!


Rubén Darío

Bouquet



Un poeta egregio del país de Francia, 
que con versos áureos alabó el amor, 
formó un ramo armónico, lleno de elegancia, 
en su Sinfonía en Blanco Mayor. 

Yo por ti formara, Blanca deliciosa, 
el regalo lírico de un blanco bouquet, 
con la blanca estrella, con la blanca rosa 
que en los bellos parques del azul se ve. 

Hoy que tú celebras tus bodas de nieve 
(tus bodas de virgen con el sueño son), 
todas sus blancuras Primavera llueve 
sobre la blancura de tu corazón. 

Cirios, cirios blancos, blancos, blancos lirios, 
cuello de los cisnes, margarita en flor, 
galas de la espuma, ceras de los cirios 
y estrellas celestes tienen tu color. 

Yo, al enviarte versos, de mi vida arranco 
la flor que te ofrezco, blanco serafín. 
¡Mira cómo mancha tu corpiño blanco 
la más roja rosa que hay en tu jardín!


Rubén Darío

Caricia



Madre, madre, tú me besas, 
pero yo te beso más, 
y el enjambre de mis besos 
no te deja ni mirar... 

Si la abeja se entra al lirio, 
no se siente su aletear. 
Cuando escondes a tu hijito 
ni se le oye respirar... 

Yo te miro, yo te miro 
sin cansarme de mirar, 
y qué lindo niño veo 
a tus ojos asomar... 

El estanque copia todo 
lo que tú mirando estás; 
pero tú en las niñas tienes 
a tu hijo y nada más. 

Los ojitos que me diste 
me los tengo de gastar 
en seguirte por los valles, 
por el cielo y por el mar...


Gabriela Mistral

Bon soir...



"¡Donc bon soir, mon mignon et a demain!" 

( Palabras que Ana me dejó escritas una noche 
en que tuvimos que separarnos. ) 

¡Buenas noches, mi amor, y hasta mañana! 
Hasta mañana, sí, cuando amanezca, 
y yo, después de cuarenta años 
de incoherente soñar, abra y estriegue 
los ojos del espíritu, 
como quien ha dormido mucho, mucho, 
y vaya lentamente despertando, 
y, en una progresiva lucidez, 
ate los cabos del ayer de mi alma 
( antes de que la carne la ligara ) 
y del hoy prodigioso 
en que habré de encontrarme, en este plano 
en que ya nada es ilusión y todo 
es verdad... 
¡Buenas noches, amor mío, 
buenas noches! Yo quedo en las tinieblas 
y tú volaste hacia el amanecer... 
¡Hasta mañana, amor, hasta mañana! 
Porque, aun cuando el destino 
acumulara lustro sobre lustro 
de mi prisión por vida, son fugaces 
esos lustros; sucédense los días 
como rosarios, cuyas cuentas magnas 
son los domingos... 
Son los domingos, en que, con mis flores 
voy invariablemente al cementerio 
donde yacen tus formas adoradas. 
¿Cuántos ramos de flores 
he llevado a la tumba? No lo sé. 
¿Cuántos he de llevar? Tal vez ya pocos. 
¡Tal vez ya pocos! ¡Oh, que perspectiva 
deliciosa! 
¡Quizás el carcelero 
se acerca con sus llaves resonantes 
a abrir mi calabozo para siempre! 
¿Es por ventura el eco de sus pasos 
el que se oye, a través de la ventana, 
avanzar por los quietos corredores? 
¡Buenas noches, amor de mis amores! 
Hasta luego, tal vez..., o hasta mañana.


Amado Nervo

miércoles, 19 de febrero de 2014

Azrael



Azrael, abre tu ala negra, y honda, 
cobíjeme su palio sin medida, 
y que a su abrigo bienechor se esconda 
la incurable tristeza de mi vida. 

Azrael, ángel bíblico, ángel fuerte, 
ángel de redención, ángel sombrío, 
ya es tiempo que consagres a la muerte 
mi cerebro sin luz: altar vacío... 

Azrael, mi esperanza es una enferma; 
ya tramonta mi fe; llegó el ocaso, 
ven, ahora es preciso que yo duerma... 
¿Morir..., dormir..., dormir...? ¡Soñar acaso!



                                                                     Amado Nervo

Año nuevo



A las doce de la noche, por las puertas de la gloria 
y al fulgor de perla y oro de una luz extraterrestre, 
sale en hombros de cuatro ángeles, y en su silla gestatoria, 
San Silvestre. 

Más hermoso que un rey mago, lleva puesta la tiara, 
de que son bellos diamantes Sirio, Arturo y Orión; 
y el anillo de su diestra hecho cual si fuese para 
Salomón. 

Sus pies cubren los joyeles de la Osa adamantina, 
y su capa raras piedras de una ilustre Visapur; 
y colgada sobre el pecho resplandece la divina 
Cruz del Sur. 

Va el pontífice hacia Oriente; ¿va a encontrar el áureo barco 
donde al brillo de la aurora viene en triunfo el rey Enero? 
Ya la aljaba de Diciembre se fue toda por el arco 
del Arquero. 

A la orilla del abismo misterioso de lo Eterno 
el inmenso Sagitario no se cansa de flechar; 
le sustenta el frío Polo, lo corona el blanco Invierno 
y le cubre los riñones el vellón azul del mar. 

Cada flecha que dispara, cada flecha es una hora; 
doce aljabas cada año para él trae el rey Enero; 
en la sombra se destaca la figura vencedora 
del Arquero. 

Al redor de la figura del gigante se oye el vuelo 
misterioso y fugitivo de las almas que se van, 
y el ruido con que pasa por la bóveda del cielo 
con sus alas membranosas el murciélago Satán. 

San Silvestre, bajo el palio de un zodíaco de virtudes, 
del celeste Vaticano se detiene en los umbrales 
mientras himnos y motetes canta un coro de laúdes 
inmortales. 

Reza el santo y pontifica y al mirar que viene el barco 
donde en triunfo llega Enero, 
ante Dios bendice al mundo y su brazo abarca el arco 
y el Arquero.


Rubén Darío

Alaba los ojos negros de Julia



¿Eva era rubia? No. Con negros ojos 
vio la manzana del jardín: con labios 
rojos probó su miel; con labios rojos 
que saben hoy más ciencia que los sabios. 

Venus tuvo el azur en sus pupilas, 
pero su hijo no. Negros y fieros, 
encienden a las tórtolas tranquilas 
los dos ojos de Eros. 

Los ojos de las reinas fabulosas, 
de las reinas magníficas y fuertes, 
tenían las pupilas tenebrosas 
que daban los amores y las muertes. 

Pentesilea, reina de amazonas; 
Judith, espada y fuerza de Betulia; 
Cleopatra, encantadora de coronas, 
la luz tuvieron de tus ojos, Julia. 

La negra, que es más luz que la luz blanca 
del sol, y las azules de los cielos. 
Luz que el más rojo resplandor arranca 
al diamante terrible de los celos. 

Luz negra, luz divina, luz que alegra 
la luz meridional, luz de las niñas, 
de las grandes ojeras, ¡oh luz negra 
que hace cantar a Pan bajo las viñas!


Rubén Darío

Caperucita roja



Caperucita Roja visitará a la abuela 
que en el poblado próximo sufre de extraño mal. 
Caperucita Roja, la de los rizos rubios, 
tiene el corazoncito tierno como un panal. 

A las primeras luces ya se ha puesto en camino 
y va cruzando el bosque con un pasito audaz. 
Sale al paso Maese Lobo, de ojos diabólicos. 
«Caperucita Roja, cuéntame adónde vas». 

Caperucita es cándida como los lirios blancos. 
«Abuelita ha enfermado. Le llevo aquí un pastel 
y un pucherito suave, que se derrama en juego. 
¿Sabes del pueblo próximo? Vive en la entrada de él». 

Y ahora, por el bosque discurriendo encantada, 
recoge bayas rojas, corta ramas en flor, 
y se enamora de unas mariposas pintadas 
que la hacen olvidarse del viaje del Traidor... 

El Lobo fabuloso de blanqueados dientes, 
ha pasado ya el bosque, el molino, el alcor, 
y golpea en la plácida puerta de la abuelita, 
que le abre. (A la niña ha anunciado el Traidor.) 

Ha tres días la bestia no sabe de bocado. 
¡Pobre abuelita inválida, quién la va a defender! 
... Se la comió riendo toda y pausadamente 
y se puso en seguida sus ropas de mujer. 

Tocan dedos menudos a la entornada puerta. 
De la arrugada cama dice el Lobo: «¿Quién va?» 
La voz es ronca. «Pero la abuelita está enferma» 
la niña ingenua explica. «De parte de mamá». 

Caperucita ha entrado, olorosa de bayas. 
Le tiemblan en la mano gajos de salvia en flor. 
«Deja los pastelitos; ven a entibiarme el lecho». 
Caperucita cede al reclamo de amor. 

De entre la cofia salen las orejas monstruosas. 
«¿Por qué tan largas?», dice la niña con candor. 
Y el velludo engañoso, abrazado a la niña: 
«¿Para qué son tan largas? Para oírte mejor». 

El cuerpecito tierno le dilata los ojos. 
El terror en la niña los dilata también. 
«Abuelita, decidme: ¿por qué esos grandes ojos?» 
«Corazoncito mío, para mirarte bien...» 

Y el viejo Lobo ríe, y entre la boca negra 
tienen los dientes blancos un terrible fulgor. 
«Abuelita, decidme: ¿por qué esos grandes dientes?» 
«Corazoncito, para devorarte mejor...» 

Ha arrollado la bestia, bajo sus pelos ásperos, 
el cuerpecito trémulo, suave como un vellón; 
y ha molido las carnes, y ha molido los huesos, 
y ha exprimido como una cereza el corazón.


Gabriela Mistral

Besos

Hay besos que pronuncian por sí solos 
la sentencia de amor condenatoria, 
hay besos que se dan con la mirada 
hay besos que se dan con la memoria. 

Hay besos silenciosos, besos nobles 
hay besos enigmáticos, sinceros 
hay besos que se dan sólo las almas 
hay besos por prohibidos, verdaderos. 

Hay besos que calcinan y que hieren, 
hay besos que arrebatan los sentidos, 
hay besos misteriosos que han dejado 
mil sueños errantes y perdidos. 

Hay besos problemáticos que encierran 
una clave que nadie ha descifrado, 
hay besos que engendran la tragedia 
cuantas rosas en broche han deshojado. 

Hay besos perfumados, besos tibios 
que palpitan en íntimos anhelos, 
hay besos que en los labios dejan huellas 
como un campo de sol entre dos hielos. 

Hay besos que parecen azucenas 
por sublimes, ingenuos y por puros, 
hay besos traicioneros y cobardes, 
hay besos maldecidos y perjuros. 

Judas besa a Jesús y deja impresa 
en su rostro de Dios, la felonía, 
mientras la Magdalena con sus besos 
fortifica piadosa su agonía. 

Desde entonces en los besos palpita 
el amor, la traición y los dolores, 
en las bodas humanas se parecen 
a la brisa que juega con las flores. 

Hay besos que producen desvaríos 
de amorosa pasión ardiente y loca, 
tú los conoces bien son besos míos 
inventados por mí, para tu boca. 

Besos de llama que en rastro impreso 
llevan los surcos de un amor vedado, 
besos de tempestad, salvajes besos 
que solo nuestros labios han probado. 

¿Te acuerdas del primero...? Indefinible; 
cubrió tu faz de cárdenos sonrojos 
y en los espasmos de emoción terrible, 
llenáronse de lágrimas tus ojos. 

¿Te acuerdas que una tarde en loco exceso 
te vi celoso imaginando agravios, 
te suspendí en mis brazos... vibró un beso, 
y qué viste después...? Sangre en mis labios. 

Yo te enseñé a besar: los besos fríos 
son de impasible corazón de roca, 
yo te enseñé a besar con besos míos 
inventados por mí, para tu boca.


Gabriela Mistral


Canción de pescadoras



Niñita de pescadores 
que con viento y olas puedes, 
duerme pintada de conchas, 
garabateada de redes. 

Duerme encima de la duna 
que te alza y que te crece, 
oyendo la mar-nodriza 
que a más loca mejor mece. 

La red me llena la falda 
y no me deja tenerte, 
porque si rompo los nudos 
será que rompo tu suerte... 

Duérmete mejor que lo hacen 
las que en la cuna se mecen, 
la boca llena de sal 
y el sueño lleno de peces. 

Dos peces en las rodillas, 
uno plateado en la frente, 
y en el pecho, bate y bate, 
otro pez incandescente...


Gabriela Mistral

Balada de mi nombre


El nombre mío que he perdido, 
¿dónde vive, dónde prospera? 
Nombre de infancia, gota de leche, 
rama de mirto tan ligera. 

De no llevarme iba dichoso 
o de llevar mi adolescencia 
y con él ya no camino 
por campos y por praderas. 

Llanto mío no conoce 
y no la quemó mi salmuera; 
cabellos blancos no me ha visto, 
ni mi boca con acidia, 
y no me habla si me encuentra. 

Pero me cuentan que camina 
por las quiebras de mi montaña 
tarde a la tarde silencioso 
y sin mi cuerpo y vuelto mi alma.

Gabriela Mistral

Canción amarga



¡Ay! ¡Juguemos, hijo mío, 
a la reina con el rey! 

Este verde campo es tuyo. 
¿De quién más podría ser? 
Las oleadas de la alfalfa 
para ti se han de mecer. 

Este valle es todo tuyo. 
¿De quién más podría ser? 
Para que los disfrutemos 
los pomares se hacen miel. 

(¡Ay! ¡No es cierto que tiritas 
como el Niño de Belén 
y que el seno de tu madre 
se secó de padecer!) 

El cordero está espesando 
el vellón que he de tejer. 
Y son tuyas las majadas, 
¿De quién más podrían ser? 

Y la leche del establo 
que en la ubre ha de correr, 
y el manojo de las mieses 
¿de quién más podrían ser? 

(¡Ay! ¡No es cierto que tiritas 
como el Niño de Belén 
y que el seno de tu madre 
se secó de padecer!) 

¡Sí! ¡Juguemos, hijo mío, 
a la reina con el rey!

Gabriela Mistral

Balada


Él pasó con otra; 
yo le vi pasar. 
Siempre dulce el viento 
y el camino en paz. 
¡Y estos ojos míseros 
le vieron pasar! 

Él va amando a otra 
por la tierra en flor. 
Ha abierto el espino; 
pasa una canción. 
¡Y él va amando a otra 
por la tierra en flor! 

El besó a la otra 
a orillas del mar; 
resbaló en las olas 
la luna de azahar. 
¡Y no untó mi sangre 
la extensión del mar! 

El irá con otra 
por la eternidad. 
Habrá cielos dulces. 
(Dios quiera callar.) 
¡Y él irá con otra 
por la eternidad!


Gabriela Mistral

Ausencia


Se va de ti mi cuerpo gota a gota. 
Se va mi cara en un óleo sordo; 
se van mis manos en azogue suelto; 
se van mis pies en dos tiempos de polvo. 

¡Se te va todo, se nos va todo! 

Se va mi voz, que te hacía campana 
cerrada a cuanto no somos nosotros. 
Se van mis gestos que se devanaban, 
en lanzaderas, debajo tus ojos. 
Y se te va la mirada que entrega, 
cuando te mira, el enebro y el olmo. 

Me voy de ti con tus mismos alientos: 
como humedad de tu cuerpo evaporo. 
Me voy de ti con vigilia y con sueño, 
y en tu recuerdo más fiel ya me borro. 
Y en tu memoria me vuelvo como esos 
que no nacieron ni en llanos ni en sotos. 

Sangre sería y me fuese en las palmas 
de tu labor, y en tu boca de mosto. 
Tu entraña fuese, y sería quemada 
en marchas tuyas que nunca más oigo, 
¡y en tu pasión que retumba en la noche 
como demencia de mares solos! 

¡Se nos va todo, se nos va todo!


Gabriela Mistral

martes, 18 de febrero de 2014

Autobiografía




¿Versos autobiográficos ? Ahí están mis canciones, 
allí están mis poemas: yo, como las naciones 
venturosas, y a ejemplo de la mujer honrada, 
no tengo historia: nunca me ha sucedido nada, 
¡oh, noble amiga ignota!, que pudiera contarte. 

Allá en mis años mozos adiviné del Arte 
la armonía y el ritmo, caros al musageta, 
y, pudiendo ser rico, preferí ser poeta. 
-¿Y después? 

-He sufrido, como todos, y he amado. 

¿Mucho? 

-Lo suficiente para ser perdonado...


Amado Nervo

A Leonor



Tu cabellera es negra como el ala 
del misterio; tan negra como un lóbrego 
jamás, como un adiós, como un «¡quién sabe!» 
Pero hay algo más negro aún: ¡tus ojos! 

Tus ojos son dos magos pensativos, 
dos esfinges que duermen en la sombra, 
dos enigmas muy bellos... Pero hay algo, 
pero hay algo más bello aún: tu boca. 

Tu boca, ¡oh sí!; tu boca, hecha divinamente 
para el amor, para la cálida 
comunión del amor, tu boca joven; 
pero hay algo mejor aún: ¡tu alma! 

Tu alma recogida, silenciosa, 
de piedades tan hondas como el piélago, 
de ternuras tan hondas... 
Pero hay algo, 
pero hay algo más hondo aún: ¡tu ensueño!


Amado Nervo

A Roosevelt


¡Es con voz de la Biblia, o verso de Walt Whitman, 
que habría que llegar hasta ti, Cazador! 
Primitivo y moderno, sencillo y complicado, 
con un algo de Washington y cuatro de Nemrod. 
Eres los Estados Unidos, 
eres el futuro invasor 
de la América ingenua que tiene sangre indígena, 
que aún reza a Jesucristo y aún habla en español. 

Eres soberbio y fuerte ejemplar de tu raza; 
eres culto, eres hábil; te opones a Tolstoy. 
Y domando caballos, o asesinando tigres, 
eres un Alejandro-Nabucodonosor. 
(Eres un profesor de energía, 
como dicen los locos de hoy.) 
Crees que la vida es incendio, 
que el progreso es erupción; 
en donde pones la bala 
el porvenir pones. 
No. 

Los Estados Unidos son potentes y grandes. 
Cuando ellos se estremecen hay un hondo temblor 
que pasa por las vértebras enormes de los Andes. 
Si clamáis, se oye como el rugir del león. 
Ya Hugo a Grant le dijo: «Las estrellas son vuestras». 
(Apenas brilla, alzándose, el argentino sol 
y la estrella chilena se levanta...) Sois ricos. 
Juntáis al culto de Hércules el culto de Mammón; 
y alumbrando el camino de la fácil conquista, 
la Libertad levanta su antorcha en Nueva York. 

Mas la América nuestra, que tenía poetas 
desde los viejos tiempos de Netzahualcoyotl, 
que ha guardado las huellas de los pies del gran Baco, 
que el alfabeto pánico en un tiempo aprendió; 
que consultó los astros, que conoció la Atlántida, 
cuyo nombre nos llega resonando en Platón, 
que desde los remotos momentos de su vida 
vive de luz, de fuego, de perfume, de amor, 
la América del gran Moctezuma, del Inca, 
la América fragante de Cristóbal Colón, 
la América católica, la América española, 
la América en que dijo el noble Guatemoc: 
«Yo no estoy en un lecho de rosas»; esa América 
que tiembla de huracanes y que vive de Amor, 
hombres de ojos sajones y alma bárbara, vive. 
Y sueña. Y ama, y vibra; y es la hija del Sol. 
Tened cuidado. ¡Vive la América española! 
Hay mil cachorros sueltos del León Español. 
Se necesitaría, Roosevelt, ser Dios mismo, 
el Riflero terrible y el fuerte Cazador, 
para poder tenernos en vuestras férreas garras. 

Y, pues contáis con todo, falta una cosa: ¡Dios!


Rubén Darío

A Margarita Debayle



Margarita está linda la mar, 
y el viento, 
lleva esencia sutil de azahar; 
yo siento 
en el alma una alondra cantar; 
tu acento: 
Margarita, te voy a contar 
un cuento: 

Esto era un rey que tenía 
un palacio de diamantes, 
una tienda hecha de día 
y un rebaño de elefantes, 
un kiosko de malaquita, 
un gran manto de tisú, 
y una gentil princesita, 
tan bonita, 
Margarita, 
tan bonita, como tú. 

Una tarde, la princesa 
vio una estrella aparecer; 
la princesa era traviesa 
y la quiso ir a coger. 

La quería para hacerla 
decorar un prendedor, 
con un verso y una perla 
y una pluma y una flor. 

Las princesas primorosas 
se parecen mucho a ti: 
cortan lirios, cortan rosas, 
cortan astros. Son así. 

Pues se fue la niña bella, 
bajo el cielo y sobre el mar, 
a cortar la blanca estrella 
que la hacía suspirar. 

Y siguió camino arriba, 
por la luna y más allá; 
más lo malo es que ella iba 
sin permiso de papá. 

Cuando estuvo ya de vuelta 
de los parques del Señor, 
se miraba toda envuelta 
en un dulce resplandor. 

Y el rey dijo: «¿Qué te has hecho? 
te he buscado y no te hallé; 
y ¿qué tienes en el pecho 
que encendido se te ve?». 

La princesa no mentía. 
Y así, dijo la verdad: 
«Fui a cortar la estrella mía 
a la azul inmensidad». 

Y el rey clama: «¿No te he dicho 
que el azul no hay que cortar?. 
¡Qué locura!, ¡Qué capricho!... 
El Señor se va a enojar». 

Y ella dice: «No hubo intento; 
yo me fui no sé por qué. 
Por las olas por el viento 
fui a la estrella y la corté». 

Y el papá dice enojado: 
«Un castigo has de tener: 
vuelve al cielo y lo robado 
vas ahora a devolver». 

La princesa se entristece 
por su dulce flor de luz, 
cuando entonces aparece 
sonriendo el Buen Jesús. 

Y así dice: «En mis campiñas 
esa rosa le ofrecí; 
son mis flores de las niñas 
que al soñar piensan en mí». 

Viste el rey pompas brillantes, 
y luego hace desfilar 
cuatrocientos elefantes 
a la orilla de la mar. 

La princesita está bella, 
pues ya tiene el prendedor 
en que lucen, con la estrella, 
verso, perla, pluma y flor. 

* * * 

Margarita, está linda la mar, 
y el viento 
lleva esencia sutil de azahar: 
tu aliento. 

Ya que lejos de mí vas a estar, 
guarda, niña, un gentil pensamiento 
al que un día te quiso contar 
un cuento.


Rubén Darío