En el altar del mundo, la antorcha se alza,
cielo y tierra en un pacto de gloria.
De todos los rincones, el espíritu danza,
en cada latido, en cada historia.
Naciones unidas en noble contienda,
bajo banderas de paz y esperanza.
La llama eterna que el tiempo no ofrenda,
guiando a los sueños en fiel perseverancia.
El estadio vibra con voces y aplausos,
una orquesta de fuerza, valor y pasión.
Atletas en vuelo, en sus sueños descalzos,
dibujan victorias en su gran actuación.
El nadador en el agua, el corredor en la pista,
la gimnasta que vuela con gracia sin par.
Cada esfuerzo y sudor en la meta conquista,
la esencia del juego: competir y soñar.
Los aros se enlazan, sus colores relucen,
un símbolo vivo de unión y de honor.
En cada jornada, nuevos héroes inducen
la llama del triunfo, el oro, el ardor.
No es solo el vencer, es el alma valiente,
el abrazo fraterno en la justa rivalidad.
La medalla es un brillo, mas el ser persistente,
es la verdadera gloria, la gran dignidad.
Los Juegos Olímpicos, un faro en la noche,
donde el mundo se encuentra y se reconoce.
En la arena, en la pista, el humano broche,
que eternamente en la historia se cose.