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sábado, 22 de junio de 2024

Monte Gorbea



Monte Gorbea, al cielo erguido,
vigía de verdes valles,
en tu cumbre el viento ha nacido,
susurros y brisas suaves.

Roca y cielo se encuentran,
en tu cima de eterna paz,
donde las nubes se asientan,
y el horizonte se ve más allá.

Senderos que te abrazan,
cuentos de pasos antiguos,
leyendas que se entrelazan,
en la voz de tus abrigos.

La niebla besa tus laderas,
velos de misterio y calma,
y en tus noches de estrellas,
la luna te envuelve con su alma.

Monte Gorbea, guardián eterno,
de bosques y ríos cantarines,
tu esencia es un eco tierno,
en corazones peregrinos.

Oh, cumbre que toca el cielo,
refugio de almas inquietas,
en ti hallan consuelo,
las penas y las respuestas.

Monte de historias sagradas,
de caminantes y sueños,
tu presencia nos embriaga,
en silencios y pequeños ruegos.

Monte Gorbea, en ti se funde,
la tierra con lo divino,
y al pie de tu grandeza,
el hombre encuentra su destino.










 

viernes, 21 de junio de 2024

Música en el Corazón


 

En el vasto silencio del alma,
donde los sueños reposan en calma,
un susurro de notas se eleva,
como el murmullo de un río que anhela.

Melodías suaves, como el viento en la tarde,
acarician el pecho, su magia no arde.
Un acorde sincero, un latido, una flor,
es la música eterna, del profundo amor.

El violín susurra secretos antiguos,
el piano despliega susurros divinos,
cada cuerda y tecla, en sincera unión,
crean armonías que sanan la razón.

En la penumbra, una voz resuena,
canta historias de amor que nunca son ajenas.
Es el canto del alma, el latido vital,
que en cada compás, hace vibrar lo real.

El tambor marca el ritmo del corazón,
con cada golpe, una nueva emoción.
El eco en el pecho, resonancia pura,
es la vida misma, en su forma más dura.

Un arpegio de esperanza, una fuga de dolor,
en la sinfonía eterna, todo tiene su valor.
La música en el corazón, guía sin razón,
es el lenguaje del alma, la más dulce canción.

En cada nota, una historia escondida,
en cada pausa, una lágrima rendida.
La música nos envuelve, nos lleva sin control,
es el eco divino, de nuestro propio sol.

Así, en la vasta quietud del alma,
donde los sueños nunca se disuelven en calma,
la música reina, inmortal y sincera,
es el latido del corazón, la eterna primavera.