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sábado, 27 de enero de 2024

Ante el espejo



Ante el espejo de la vida me detengo,
reflejo de días que se van desvaneciendo.
En el cristal del tiempo, se dibuja mi historia,
un lienzo de momentos, de risas y de gloria.

En la superficie, se reflejan mis sueños,
como estrellas que brillan en cielos risueños.
Mis ojos, testigos de risas y llanto,
refugian secretos, guardan un encanto.

Las arrugas cuentan capítulos vividos,
historias grabadas en surcos, compartidas.
El cabello, testigo del paso implacable,
testimonio silente de un viaje inquebrantable.

Ante el espejo, veo la verdad desnuda,
la esencia del alma, la luz que se escuda.
Los años tallan la piel, pero no el espíritu,
la llama interior que persiste infinita.

En la penumbra de la nostalgia se asoma,
la imagen que soy, la que el tiempo reforma.
Pero en el reflejo, encuentro fortaleza,
resiliencia que surge con cada travesía.

Ante el espejo, no solo veo mi reflejo,
sino la evolución de un ser complejo.
Soy el poema que la vida escribe,
con versos de amor, con letras que vibran.

En cada arruga, un relato se esconde,
en cada línea, la verdad responde.
Ante el espejo, acepto mi ser completo,
un poema en constante crecimiento.







 

domingo, 21 de enero de 2024

Temor al futuro



En la penumbra del mañana incierto,
se entreteje un temor, sutil y cierto.
El futuro, un lienzo aún sin pintar,
despierta en el alma un oscuro pesar.

¿Qué secretos oculta el tiempo por venir?
¿Qué senderos inciertos hemos de seguir?
El corazón late con ansias de conocer,
pero el futuro es un misterio por resolver.

En la danza de sombras que proyecta el destino,
se esconde el temor, como un frío y fino hilo.
Las preguntas sin respuesta se acumulan,
y la incertidumbre en el alma se inmortaliza.

¿Será el mañana un amigo o un enigma hostil?
¿Se despejará el cielo o persistirá el perfil
de nubarrones que amenazan el horizonte,
sembrando inquietud en cada paso que se monte?

En el silencio de la noche, la mente divaga,
navegando en el océano de la angustia vaga.
¿Seremos dueños de nuestro propio destino,
o seremos juguetes del azar divino?

A pesar del temor que el futuro genera,
hay en nosotros una llama que no se espera.
La valentía, ese faro que ilumina la oscuridad,
nos invita a enfrentar el mañana con voluntad.

Entonces, aunque el miedo nos embargue el ser,
recordemos que en nosotros hay fuerza de nacer.
El futuro es un lienzo, pero somos el pincel,
pintemos con coraje un destino fiel.

Que el temor al mañana no apague nuestra luz,
que en cada incertidumbre encontremos virtud.
Porque en la trama del tiempo que está por llegar,

la esperanza es el hilo que nos invita a soñar. 

sábado, 6 de enero de 2024

Inocencia en verso


 En el rincón de la infancia, donde el sol pinta sonrisas,

donde los sueños florecen como rosas sin prisa,
se alza la inocencia, radiante y serena,
un tesoro en el corazón, una llama que ilumina.

En los ojos de los niños, destellos de pureza,
como estrellas que titilan en su propia belleza.
Su risa es un canto, melodía sincera,
un eco que resuena en la tierra entera.

Juegan con el viento, corren con las olas,
descubren el mundo con miradas sin escollos.
En su universo, no existen sombras ni engaños,
solo la magia del presente, en sus pequeñas manos.

Las lágrimas son perlas, gotas de aprendizaje,
se deslizan con gracia, pero no conocen el enojo ni el ultraje.
La inocencia es un manto, un refugio divino,
que envuelve sus días con un halo divino.

En el jardín de la niñez, florecen fantasías,
imaginaciones desbordantes, como aves que vuelan libres.
Cuentos tejidos con hilos de esperanza,
donde los finales felices son su danza.

Oh, la inocencia de los niños, joya preciada,
un regalo divino en la vida labrada.
Que cada risa, cada juego, cada paso,
sea un recordatorio de este tesoro sin ocaso.

Protejamos ese tesoro con amor y con celo,
nurturando la inocencia, como el más sagrado desvelo.
Porque en la pureza de los niños encontramos,
la luz que guía nuestros días, el faro que nos ampara.






martes, 2 de enero de 2024

Adiós mi Amor


 

En la penumbra de un atardecer rojizo,
donde el sol se despide con su postrer destello,
mi corazón susurra adiós, en este duelo,
al amor que fue mi todo, mi eterno hechizo.

Bajo el manto ardiente del cielo que se tiñe,
mi voz se quiebra, entre lágrimas y suspiros,
despidiendo al esposo que en sus giros,
tejió conmigo un lazo que nunca se disuelve.

Cielos rojos, testigos de nuestra historia,
pintan con tonos de fuego la despedida,
como si el universo, en su despedida,
acompañara el fin de nuestra trayectoria.

Tus ojos, dos soles que ya no alumbran,
se despiden en silencio, pero resonantes,
como estrellas fugaces, deslizándose amantes,
dejando en el firmamento un rastro que abruma.

En este atardecer, se desgranan las promesas,
como pétalos que caen al viento,
recordando cada beso, cada momento,
un canto de adiós que el corazón procesa.

El sol, en su ocaso, se lleva consigo,
los sueños compartidos, las risas, el abrigo,
de un amor que floreció, ahora en declive,
pero que perdura, aunque el tiempo esquivo.

En la paleta de colores del adiós,
se entrelazan los recuerdos y la melancolía,
como un cuadro que la vida desafía,
pintando el último capítulo de nosotros dos.

Bajo el crepúsculo de cielos rojos que lloran,
te digo adiós, mi amor, con el corazón en llamas,
en la esperanza de que en otras tramas,
nuestras almas se encuentren, eternas, atesoradas.