En el rincón de la infancia, donde el sol pinta sonrisas,
donde los sueños florecen como rosas sin prisa,
se alza la inocencia, radiante y serena,
un tesoro en el corazón, una llama que ilumina.
En los ojos de los niños, destellos de pureza,
como estrellas que titilan en su propia belleza.
Su risa es un canto, melodía sincera,
un eco que resuena en la tierra entera.
Juegan con el viento, corren con las olas,
descubren el mundo con miradas sin escollos.
En su universo, no existen sombras ni engaños,
solo la magia del presente, en sus pequeñas manos.
Las lágrimas son perlas, gotas de aprendizaje,
se deslizan con gracia, pero no conocen el enojo ni el ultraje.
La inocencia es un manto, un refugio divino,
que envuelve sus días con un halo divino.
En el jardín de la niñez, florecen fantasías,
imaginaciones desbordantes, como aves que vuelan libres.
Cuentos tejidos con hilos de esperanza,
donde los finales felices son su danza.
Oh, la inocencia de los niños, joya preciada,
un regalo divino en la vida labrada.
Que cada risa, cada juego, cada paso,
sea un recordatorio de este tesoro sin ocaso.
Protejamos ese tesoro con amor y con celo,
nurturando la inocencia, como el más sagrado desvelo.
Porque en la pureza de los niños encontramos,
la luz que guía nuestros días, el faro que nos ampara.
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