En el espejo del estanque calma,
la libélula danza, grácil y ligera,
sus alas destellan como cristales al alba,
un sueño alado, una joya pasajera.
Surca el aire en giros de esmeralda,
besando el viento con silencioso fulgor,
sus ojos, dos orbes que el misterio guarda,
observan el mundo con antiguo amor.
En su vuelo libre, sin rumbo ni destino,
cabalga la brisa, se funde en el sol,
es un poema vivo, sin rima ni ritmo,
que escribe en el cielo su eterno rol.
La flor la contempla con dulce anhelo,
sus pétalos se abren en tímido suspiro,
la libélula, etérea, se eleva en un vuelo,
dejando tras de sí un brillo, un susurro.
Oh, libélula, guardiana de lagunas ocultas,
en tu frágil danza encuentro mi paz,
una historia efímera que el tiempo sepulta,
pero en cada ala, la eternidad se va.