En el silencio profundo de mi ser,
donde el mundo exterior se desvanece,
me adentro en un viaje sin fin ni regreso,
buscando el eco de mi voz interna.
Cada latido, un susurro de secretos,
cada respiro, un verso por descubrir,
y en la penumbra de mis pensamientos,
danzan las sombras de lo que fui y seré.
Cierro los ojos para ver con claridad,
más allá de la carne y los huesos,
donde reside la esencia, la verdad,
en un rincón del alma, quieto y sereno.
Las dudas se disipan como neblina,
dejando espacio a la luz incandescente,
que ilumina el sendero de mi conciencia,
revelando la pureza de mi existencia.
Es un diálogo sin palabras ni sonidos,
un encuentro con lo eterno y lo efímero,
donde convergen mis anhelos y miedos,
en un abrazo que trasciende el tiempo.
Contemplo en mi interior el vasto universo,
un reflejo de estrellas en mi ser finito,
y en esa inmensidad encuentro mi paz,
donde la esencia de lo humano y lo divino se unen.
En este santuario de introspección,
me reconozco, me acepto, me amo,
y desde este rincón sagrado de mi ser,
renazco, listo para enfrentar el mundo.