En un rincón antiguo del alma humana,
donde la tierra abraza con fervor y calma,
se alza un jardín de verdes susurros,
de sueños perdidos, de anhelos puros.
El aire, dulce como el primer aliento,
canta canciones de un tiempo eterno,
y las flores, con colores de cielo y sol,
tejen historias de amor y perdón.
Ríos de cristal serpentean suaves,
abrazando la tierra con caricias graves,
reflejando el cielo en su mirada clara,
como el espejo de un mundo que no se apaga.
Árboles gigantes, con hojas de esmeralda,
susurran secretos en la brisa, a la espalda,
y en su sombra, el tiempo se desvanece,
como un susurro antiguo que aún permanece.
En el corazón del jardín, un árbol prohibido,
cargado de frutos de un saber escondido,
tienta al hombre con su brillo dorado,
un misterio profundo, un destino sellado.
Adán y Eva, en su inocencia plena,
recorren senderos de tierra serena,
desconociendo el peso del mañana,
viviendo el ahora, sin pena ni gana.
Pero el deseo, como serpiente sigilosa,
se enrosca en el alma, venenosa y curiosa,
y un mordisco basta para cambiar el destino,
para desatar la tormenta en aquel remanso divino.
El jardín, aún puro en su esencia,
guarda la memoria de aquella presencia,
de un amor primero, de una promesa rota,
de un Edén perdido, que el alma evoca.
Hoy, en cada corazón hay un rincón secreto,
donde florece un jardín, un Edén discreto,
un lugar de sueños, de esperanzas calladas,
donde el hombre busca respuestas olvidadas.
El Jardín del Edén no está perdido,
vive en el recuerdo, en el suspiro escondido,
en la promesa de un nuevo amanecer,
donde el alma vuelve, para renacer.