En el bullicio de una plaza antigua,
donde el sol reía sobre los tejados,
el día se rompió en mil fragmentos,
con el estruendo de un grito silenciado.
Sombras furtivas sembraron el caos,
en un instante eterno de pesadumbre,
y el aire, otrora lleno de risas,
se tiñó de un silencio que retumba.
Las flores del mercado cayeron,
despedazadas por el viento cruel,
y en los ojos de los testigos mudos,
se dibujó el horror de un infierno fiel.
Corazones valientes se alzaron,
en medio de la neblina de miedo,
buscando salvar lo irrecuperable,
en el fragor de un instante eterno.
La ciudad, herida y desgarrada,
llora por sus hijos arrancados,
y en la memoria del suelo teñido,
quedan las marcas de los olvidados.
Pero en la penumbra de esta noche,
una llama de esperanza se enciende,
porque aunque el dolor nos quiebre,
el amor es el arma que nos defiende.
Las manos se entrelazan, firmes,
reconstruyendo lo que fue roto,
y en el eco de un mañana incierto,
renace la vida, venciendo el lodo.
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