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sábado, 8 de julio de 2023

Comida campestre


 

En un rincón bucólico, de campos enlazados,
donde el sol se derrama con rayos dorados,
se alza un banquete sencillo, sin alardes vanos,
donde el buen ambiente y la risa son regalos.

La comida campestre, en mantel extendido,
nos brinda un abrazo con sabor compartido,
amigos reunidos, en armonía y cariño,
donde cada bocado es un festín divino.
El aroma del pan recién horneado,
se entrelaza en el aire, de sueños adornado,
y en la cesta de mimbre, frutas jugosas se guardan,
sabores de la tierra, que al paladar halagan.

Las manos se unen, como hilos enlazados,
entre risas y charlas, secretos compartidos,
y en cada mirada, brilla un destello sincero,
amigos de verdad, corazones compañeros.

La brisa susurra canciones en la hierba,
y el cielo sonríe, sereno y sin tregua,
mientras los platos se llenan de manjares,
el amor y respeto, en inigualable.

El vino fluye suave, deleitando los sentidos,
como canto de sirena, nos lleva a otro abrigo,
y entre copa y copa, los brindis se desatan,
celebrando la amistad, que nunca se desgasta.

No importa el festín que ante nosotros se extiende,
pues el verdadero tesoro es la gente que se entiende,
unidos por la mesa, pero también por el alma,
en este rincón campestre, donde el amor se enmarca.

Y así, entre risas y buenos momentos compartidos,
con la comida campestre como símbolo bendito,
se crea un vínculo eterno, que el tiempo no erosiona,
un recuerdo imborrable, de amistad que siempre emociona.

En este poema, respiro el aroma del campo,
la ternura de amigos, en un abrazo profundo,
y guardo en mi corazón, con cariño y devoción,
la esencia de aquel día, donde todo fue ilusión.

viernes, 7 de julio de 2023

Soledad


 

En la vastedad de la noche oscura,
se alza un eco sutil de soledad,
que envuelve el alma con su manto frío,
y a la tristeza invita a descansar.

En el silencio de la habitación vacía,
se escuchan susurros de melancolía,
un suspiro que se pierde en la nada,
mientras el corazón anhela compañía.

La soledad, amiga y enemiga a la vez,
nos sumerge en pensamientos profundos,
nos hace reflexionar sobre la existencia,
y encontrar en nosotros mismos el mundo.

En la quietud de la noche estrellada,
la soledad se convierte en poesía,
y en cada verso surge un destello,
de la belleza que habita en la melancolía.

Pero en la soledad también hay fuerza,
un espacio para el encuentro interior,
donde el alma se fortalece y crece,
y se descubren los tesoros del amor.

La soledad, a veces, nos lastima y duele,
nos hace sentir pequeños e indefensos,
pero también nos enseña a ser valientes,
a encontrar en nosotros mismos consuelo intenso.

Así, en los momentos de profunda soledad,
recordemos que somos dueños de nuestro ser,
y que en el abrazo del silencio y la calma,
podemos encontrar la paz y renacer.

La soledad no es un destino perpetuo,
sino un instante para reflexionar,
para luego volver a los brazos del mundo,
y con fuerza y alegría nuevamente brillar.

Entonces, abracemos la soledad cuando llegue,
y en su abrazo, encontremos la verdad,
pues solo desde la oscuridad más profunda,
podemos encontrar la luz de nuestra realidad.