En el rincón del alma, un susurro,
un eco distante de lo que fue,
se cuela entre las sombras, murmullo
de tiempos idos, de un ayer.
La melancolía danza en silencio,
tejiendo en su manto un nuevo sentir,
mezcla de recuerdos y anhelos,
de lo que no fue y lo que está por venir.
Es un nuevo amanecer que duele,
una luz que titila, temblorosa,
en el horizonte de lo incierto,
donde la esperanza es borrosa.
Las estrellas cuentan historias,
de amores perdidos, de sueños rotos,
y en cada parpadeo, la gloria
de lo efímero, de lo hermoso.
El corazón late con un ritmo
distinto, marcado por la ausencia,
y en cada compás, un abismo
de deseos y de penitencia.
Pero en esta melancolía nueva,
hay también un rayo de luz,
una promesa sutil que eleva,
un susurro de paz, un dulzor, una cruz.
Es el canto de la vida misma,
en su dualidad y misterio,
la tristeza que lleva la brisa,
y la alegría que surge del tedio.
En el ocaso de esta jornada,
la melancolía se disipa,
dejando una lección bien guardada,
en el corazón que aún palpita.