Cierro los ojos y el mundo se apaga,
desaparece el ruido, la prisa, el caos;
queda solo el latido de un silencio
que habla en susurros,
que dibuja el contorno de mi alma.
Cierro los ojos y se abre el universo,
un infinito sin tiempo ni lugar,
donde los sueños florecen en calma
como estrellas en la noche,
libres de miedo, de sombra y de sal.
Cierro los ojos y navego profundo,
donde el mar es de viento y el cielo es de agua;
y no hay caminos, solo el deseo
de hallar en el misterio
la verdad que aguarda.
Cierro los ojos y siento el latido,
el pulso de la vida que corre en mis venas,
y en la quietud del alma, me vuelvo
una chispa en la noche,
una luz que no cesa.
Cierro los ojos y me encuentro conmigo,
con ese yo que a veces se oculta
entre el bullicio del día y la máscara ajena,
y en esa penumbra me abrazo,
me descubro, me entiendo, me siento.
Cierro los ojos y no hay más distancia
entre lo que soy y lo que anhelo ser;
en la oscuridad, florece la esperanza,
y en el eco del silencio
comienza a renacer.