En el rincón de mi memoria, el pasado reposa,
susurra sus historias en cada sombra borrosa.
Allí, entre los recuerdos, mi mente se adentra,
reviviendo momentos que el tiempo ya enfrenta.
Recordando el pasado, la infancia vuelve a surgir,
con risas inocentes y sueños por cumplir.
Los juegos en el parque, las tardes sin fin,
el abrazo cálido de aquellos que ya no están aquí.
El primer amor se despierta en mi pecho,
suspiros adolescentes y un dulce despecho.
Las cartas escritas, palabras llenas de pasión,
en un baile de emociones sin razón.
La vida avanza y las lágrimas también,
las penas y desafíos nos hacen crecer.
Pero en cada cicatriz, un aprendizaje hallado,
y en cada derrota, un alma fortalecida en el pasado.
A veces, la melancolía invade mi ser,
anhelando momentos que no podré volver a tener.
Pero el pasado vive en cada latido del corazón,
construyendo el presente con sabia reflexión.
Recordando el pasado, encuentro mi identidad,
vivencias y encuentros que se han hecho realidad.
Cada tropiezo, cada logro, cada camino andado,
son las piedras que construyen el ser recordado.
Así que guardo con cariño cada historia vivida,
los instantes que dieron forma a mi vida.
El pasado es un tesoro que guardo en mi ser,
un faro que ilumina mi presente y mi querer.
Porque aunque el tiempo avance y el pasado se desvanezca,
sus huellas en el alma siempre permanecerán frescas.
Recordando el pasado, encuentro mi esencia,
y sigo escribiendo la historia con gratitud y paciencia.
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