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miércoles, 26 de febrero de 2014

Desvelada



Como soy reina y fui mendiga, ahora 
vivo en puro temblor de que me dejes, 
y te pregunto, pálida, a cada hora: 
«¿Estás conmigo aún? ¡Ay, no te alejes!» 

Quisiera hacer las marchas sonriendo 
y confiando ahora que has venido; 
pero hasta en el dormir estoy temiendo 
y pregunto entre sueños: «¿No te has ido?».

Gabriela Mistral

Despertar


Dormimos, soñé la Tierra 
del Sur, soñé el Valle entero, 
el pastal, la viña crespa, 
y la gloria de los huertos. 
¿Qué soñaste tú mi Niño 
con cara tan placentera? 

Vamos a buscar chañares 
hasta que los encontremos, 
y los guillaves prendidos 
a unos quioscos del infierno. 
El que más coge convida 
a otros dos que no cogieron. 
Yo no me espino las manos 
de niebla que me nacieron. 
Hambre no tengo, ni sed y 
sin virtud doy o cedo. 
¿A qué agradecerme así 
fruto que tomo y entrego?


Gabriela Mistral

martes, 25 de febrero de 2014

Desolación



La bruma espesa, eterna, para que olvide dónde 
me ha arrojado la mar en su ola de salmuera. 
La tierra a la que vine no tiene primavera: 
tiene su noche larga que cual madre me esconde. 

El viento hace a mi casa su ronda de sollozos 
y de alarido, y quiebra, como un cristal, mi grito. 
Y en la llanura blanca, de horizonte infinito, 
miro morir intensos ocasos dolorosos. 

¿A quién podrá llamar la que hasta aquí ha venido 
si más lejos que ella sólo fueron los muertos? 
¡Tan sólo ellos contemplan un mar callado y yerto 
crecer entre sus brazos y los brazos queridos! 

Los barcos cuyas velas blanquean en el puerto 
vienen de tierras donde no están los que no son míos; 
sus hombres de ojos claros no conocen mis ríos 
y traen frutos pálidos, sin la luz de mis huertos. 

Y la interrogación que sube a mi garganta 
al mirarlos pasar, me desciende, vencida: 
hablan extrañas lenguas y no la conmovida 
lengua que en tierras de oro mi pobre madre canta. 

Miro bajar la nieve como el polvo en la huesa; 
miro crecer la niebla como el agonizante, 
y por no enloquecer no encuentro los instantes, 
porque la noche larga ahora tan solo empieza. 

Miro el llano extasiado y recojo su duelo, 
que viene para ver los paisajes mortales. 
La nieve es el semblante que asoma a mis cristales: 
¡siempre será su albura bajando de los cielos! 

Siempre ella, silenciosa, como la gran mirada 
de Dios sobre mí; siempre su azahar sobre mi casa; 
siempre, como el destino que ni mengua ni pasa, 
descenderá a cubrirme, terrible y extasiada.


Gabriela Mistral

Acaso...




Como atento no más a mi quimera 
no reparaba en torno mío, un día 
me sorprendió la fértil primavera 
que en todo el ancho campo sonreía. 

Brotaban verdes hojas 
de las hinchadas yemas del ramaje, 
y flores amarillas, blancas, rojas, 
alegraban la mancha del paisaje. 

Y era una lluvia de saetas de oro, 
el sol sobre las frondas juveniles; 
del amplio río en el caudal sonoro 
se miraban los álamos gentiles. 

Tras de tanto camino es la primera 
vez que miro brotar la primavera, 
dije, y después, declamatoriamente: 

?¡Cuán tarde ya para la dicha mía!? 
Y luego, al caminar, como quien siente 
alas de otra ilusión: ?Y todavía 
¡yo alcanzaré mi juventud un día!


Antonio Machado

A la muerte de Rubén Darío



Si era toda en tu verso la armonía del mundo, 
¿dónde fuiste, Darío, la armonía a buscar? 
Jardinero de Hesperia, ruiseñor de los mares, 
corazón asombrado de la música astral, 

¿te ha llevado Dionysos de su mano al infierno 
y con las nuevas rosas triunfantes volverás? 
¿Te han herido buscando la soñada Florida, 
la fuente de la eterna juventud, capitán? 

Que en esta lengua madre la clara historia quede; 
corazones de todas las Españas, llorad. 
Rubén Darío ha muerto en sus tierras de Oro, 
esta nueva nos vino atravesando el mar. 

Pongamos, españoles, en un severo mármol, 
su nombre, flauta y lira, y una inscripción no más: 
Nadie esta lira pulse, si no es el mismo Apolo, 
nadie esta flauta suene, si no es el mismo Pan.


Antonio Machado

A orillas del Duero



Mediaba el mes de julio. Era un hermoso día. 
Yo, solo, por las quiebras del pedregal subía, 
buscando los recodos de sombra, lentamente. 
A trechos me paraba para enjugar mi frente 
y dar algún respiro al pecho jadeante; 
o bien, ahincando el paso, el cuerpo hacia adelante 
y hacia la mano diestra vencido y apoyado 
en un bastón, a guisa de pastoril cayado, 
trepaba por los cerros que habitan las rapaces 
aves de altura, hollando las hierbas montaraces 
de fuerte olor ?romero, tomillo, salvia, espliego?. 
Sobre los agrios campos caía un sol de fuego. 
Un buitre de anchas alas con majestuoso vuelo 
cruzaba solitario el puro azul del cielo. 
Yo divisaba, lejos, un monte alto y agudo, 
y una redonda loma cual recamado escudo, 
y cárdenos alcores sobre la parda tierra 
?harapos esparcidos de un viejo arnés de guerra?, 
las serrezuelas calvas por donde tuerce el Duero 
para formar la corva ballesta de un arquero 
en torno a Soria. ?Soria es una barbacana, 
hacia Aragón, que tiene la torre castellana?. 
Veía el horizonte cerrado por colinas 
oscuras, coronadas de robles y de encinas; 
desnudos peñascales, algún humilde prado 
donde el merino pace y el toro, arrodillado 
sobre la hierba, rumia; las márgenes de río 
lucir sus verdes álamos al claro sol de estío, 
y, silenciosamente, lejanos pasajeros, 
¡tan diminutos! ?carros, jinetes y arrieros?, 
cruzar el largo puente, y bajo las arcadas 
de piedra ensombrecerse las aguas plateadas 
del Duero. 
El Duero cruza el corazón de roble 
de Iberia y de Castilla. 
¡Oh, tierra triste y noble, 
la de los altos llanos y yermos y roquedas, 
de campos sin arados, regatos ni arboledas; 
decrépitas ciudades, caminos sin mesones, 
y atónitos palurdos sin danzas ni canciones 
que aún van, abandonando el mortecino hogar, 
como tus largos ríos, Castilla, hacia la mar! 
Castilla miserable, ayer dominadora, 
envuelta en sus andrajos desprecia cuanto ignora. 
¿Espera, duerme o sueña? ¿La sangre derramada 
recuerda, cuando tuvo la fiebre de la espada? 
Todo se mueve, fluye, discurre, corre o gira; 
cambian la mar y el monte y el ojo que los mira. 
¿Pasó? Sobre sus campos aún el fantasma yerta 
de un pueblo que ponía a Dios sobre la guerra. 
La madre en otro tiempo fecunda en capitanes, 
madrastra es hoy apenas de humildes ganapanes. 
Castilla no es aquella tan generosa un día, 
cuando Myo Cid Rodrigo el de Vivar volvía, 
ufano de su nueva fortuna, y su opulencia, 
a regalar a Alfonso los huertos de Valencia; 
o que, tras la aventura que acreditó sus bríos, 
pedía la conquista de los inmensos ríos 
indianos a la corte, la madre de soldados, 
guerreros y adalides que han de tornar, cargados 
de plata y oro, a España, en regios galeones, 
para la presa cuervos, para la lid leones. 
Filósofos nutridos de sopa de convento 
contemplan impasibles el amplio firmamento; 
y si les llega en sueños, como un rumor distante, 
clamor de mercaderes de muelles de Levante, 
no acudirán siquiera a preguntar ¿qué pasa? 
Y ya la guerra ha abierto las puertas de su casa. 
Castilla miserable, ayer dominadora, 
envuelta en sus harapos desprecia cuanto ignora. 
El sol va declinando. De la ciudad lejana 
me llega un armonioso tañido de campana 
?ya irán a su rosario las enlutadas viejas?. 
De entre las peñas salen dos lindas comadrejas; 
me miran y se alejan, huyendo, y aparecen 
de nuevo, ¡tan curiosas!... Los campos se obscurecen. 
Hacia el camino blanco está el mesón abierto 
al campo ensombrecido y al pedregal desierto.


Antonio Machado

lunes, 24 de febrero de 2014

Deidad


Como duerme la chispa en el guijarro 
y la estatua en el barro, 
en ti duerme la divinidad. 
Tan sólo en un dolor constante y fuerte 
al choque, brota de la piedra inerte 
el relámpago de la deidad. 

No te quejes, por tanto, del destino, 
pues lo que en tu interior hay de divino 
sólo surge merced a él. 
Soporta, si es posible, sonriendo, 
la vida que el artista va esculpiendo, 
el duro choque del cincel. 

¿Qué importan para ti las horas malas, 
si cada hora en tus nacientes alas 
pone una pluma bella más? 
Ya verás al cóndor en plena altura, 
ya verás concluida la escultura, 
ya verás, alma, ya verás...


Amado Nervo

Cobardía



Pasó con su madre. ¡Qué rara belleza! 
¡Qué rubios cabellos de trigo garzul! 
¡Qué ritmo en el paso! ¡Qué innata realeza 
de porte! ¡Qué formas bajo el fino tul... 

Pasó con su madre. Volvió la cabeza: 
¡me clavó muy hondo su mirada azul! 

Quedé como en éxtasis... Con febril premura, 
«¡Síguela!», gritaron cuerpo y alma al par. 

...Pero tuve miedo de amar con locura, 
de abrir mis heridas, que suelen sangrar, 
¡y no obstante toda mi sed de ternura, 
cerrando los ojos, la dejé pasar!

Amado Nervo

Amor



Mujer, yo hubiera sido tu hijo, por beberte 
la leche de los senos como de un manantial, 
por mirarte y sentirte a mi lado y tenerte 
en la risa de oro y la voz de cristal. 
Por sentirte en mis venas como Dios en los ríos 
y adorarte en los tristes huesos de polvo y cal, 
porque tu ser pasara sin pena al lado mío 
y saliera en la estrofa -limpio de todo mal-. 

Cómo sabría amarte, mujer, cómo sabría 
amarte, amarte como nadie supo jamás! 
Morir y todavía 
amarte más. 
Y todavía 
amarte más 
y más.

Pablo Neruda

Amo, Valparaíso, cuanto encierras...



AMO, Valparaíso, cuanto encierras,
y cuanto irradias, novia del océano,
hasta más lejos de tu nimbo sordo.
Amo la luz violeta con que acudes
al marinero en la noche del mar,
y entonces eres -rosa de azahares-
luminosa y desnuda, fuego y niebla.
Que nadie venga con un martillo turbio
a golpear lo que amo, a defenderte:
nadie sino mi ser por tus secretos:
nadie sino mi voz por tus abiertas
hileras de rocío, por tus escalones
en donde la maternidad salobre
del mar te besa, nadie sino mis labios
en tu corona fría de sirena,
elevada en el aire de la altura,
oceánico amor, Valparaíso,
reina de todas las costas del mundo,
verdadera central de olas y barcos,
eres en mí como la luna o como
la dirección del aire en la arboleda.
Amo tus criminales callejones,
tu luna de puñal sobre los cerros,
y entre tus plazas la marinería
revistiendo de azul la primavera.

Que se entienda, te pido, puerto mío,
que yo tengo derecho
a escribirte lo bueno y lo malvado
y soy como las lámparas amargas
cuando iluminan las botellas rotas.

Pablo Neruda

Amiga, no te mueras...




AMIGA, no te mueras.
Óyeme estas palabras que me salen ardiendo,
y que nadie diría si yo no las dijera.

Amiga, no te mueras.

Yo soy el que te espera en la estrellada noche.
El que bajo el sangriento sol poniente te espera.

Miro caer los frutos en la tierra sombría.
Miro bailar las gotas del rocío en las hierbas.

En la noche al espeso perfume de las rosas,
cuando danza la ronda de las sombras inmensas.

Bajo el cielo del Sur, el que te espera cuando
el aire de la tarde como una boca besa.

Amiga, no te mueras.

Yo soy el que cortó las guirnaldas rebeldes
para el lecho selvático fragante a sol y a selva.
El que trajo en los brazos jacintos amarillos.
Y rosas desgarradas. Y amapolas sangrientas.

El que cruzó los brazos por esperarte, ahora.
El que quebró sus arcos. El que dobló sus flechas.

Yo soy el que en los labios guarda sabor de uvas.
Racimos refregados. Mordeduras bermejas.

El que te llama desde las llanuras brotadas.
Yo soy el que en la hora del amor te desea.

El aire de la tarde cimbra las ramas altas.
Ebrio, mi corazón. bajo Dios, tambalea.

El río desatado rompe a llorar y a veces
se adelgaza su voz y se hace pura y trémula.

Retumba, atardecida, la queja azul del agua.
Amiga, no te mueras!

Yo soy el que te espera en la estrellada noche,
sobre las playas áureas, sobre las rubias eras.

El que cortó jacintos para tu lecho, y rosas.
Tendido entre las hierbas yo soy el que te espera!

Pablo Neruda

Araucaria



TODO el invierno, toda la batalla,
todos los nidos del mojado hierro,
en tu firmeza atravesada de aire,
en tu ciudad silvestre se levantan.

La cárcel renegada de las piedras,
los hilos sumergidos de la espina,
hacen de tu alambrada cabellera
un pabellón de sombras minerales.

Llanto erizado, eternidad del agua,
monte de escamas, rayo de herraduras,
tu atormentada casa se construye
con pétalos de pura geología.

El alto invierno besa tu armadura
y te cubre de labios destruidos:
la primavera de violento aroma
rompe su sed en tu implacable estatua:
y el grave otoño espera inútilmente
derramar oro en tu estatura verde.


Pablo Neruda

Dame la mano


Dame la mano y danzaremos; 
dame la mano y me amarás. 
Como una sola flor seremos, 
como una flor, y nada más... 

El mismo verso cantaremos, 
al mismo paso bailarás. 
Como una espiga ondularemos, 
como una espiga, y nada más. 

Te llamas Rosa y yo Esperanza; 
pero tu nombre olvidarás, 
porque seremos una danza 
en la colina y nada más...


Gabriela Mistral

domingo, 23 de febrero de 2014

Creo en mi corazón


Creo en mi corazón, ramo de aromas 
que mi Señor como una fronda agita, 
perfumando de amor toda la vida 
y haciéndola bendita. 

Creo en mi corazón, el que no pide 
nada porque es capaz del sumo ensueño 
y abraza en el ensueño lo creado: 
¡inmenso dueño! 

Creo en mi corazón, que cuando canta 
hunde en el Dios profundo el franco herido, 
para subir de la piscina viva 
recién nacido 

Creo en mi corazón, el que tremola 
porque lo hizo el que turbó los mares, 
y en el que da la Vida orquestaciones 
como de pleamares. 

Creo en mi corazón, el que yo exprimo 
para teñir el lienzo de la vida 
de rojez o palor y que le ha hecho 
veste encendida. 

Creo en mi corazón, el que en la siembra 
por el surco sin fin fue acrecentando. 
Creo en mi corazón, siempre vertido, 
pero nunca vaciado. 

Creo en mi corazón, en que el gusano 
no ha de morder, pues mellará a la muerte; 
creo en mi corazón, el reclinado 
en el pecho de Dios terrible y fuerte.


Gabriela Mistral

Corderito



Corderito mío, 
suavidad callada: 
mi pecho es tu gruta 
de musgo afelpada. 

Carnecita blanca, 
tajada de luna: 
lo he olvidado todo 
por hacerme cuna. 

Me olvidé del mundo 
y de mí no siento 
más que el pecho vivo 
con que te sustento. 

Y sé de mí sólo 
que en mí te recuestas. 
Tu fiesta, hijo mío, 
apagó las fiestas.


Gabriela Mistral

QUÉJASE DE LA SUERTE



¿En perseguirme, mundo, qué interesas?
¿En qué te ofendo, cuando sólo intento
poner bellezas en mi entendimiento
y no mi entendimiento en las bellezas?

Yo no estimo tesoros ni riquezas,
y así, siempre me causa más contento
poner riquezas en mi entendimiento
que no mi entendimiento en las riquezas.

Y no estimo hermosura que vencida
es despojo civil de las edades
ni riqueza me agrada fementida,

teniendo por mejor en mis verdades
consumir vanidades de la vida
que consumir la vida en vanidades.

Sor Juana Inés de la Cruz

QUE CONSUELA A UN CELOSO

Amor empieza por desasosiego,
solicitud, ardores y desvelos;
crece con riesgos, lances y recelos;
susténtase de llantos y de ruego.

Doctrínanle tibiezas y despego,
conserva el ser entre engañosos velos,
hasta que con agravios o con celos
apaga con sus lágrimas su fuego.

Su principio, su medio y fin es éste:
¿pues por qué, Alcino, sientes el desvío
de Celia, que otro tiempo bien te quiso?

¿Qué razón hay de que dolor te cueste?
Pues no te engañó amor, Alcino mío,
sino que llegó el término preciso.

Sor Juana Inés de la Cruz

La saeta



¡Oh, la saeta, el cantar 
al Cristo de los gitanos, 
siempre con sangre en las manos, 
siempre por desenclavar! 
¡Cantar del pueblo andaluz, 
que todas las primaveras 
anda pidiendo escaleras 
para subir a la cruz! 
¡Cantar de la tierra mía, 
que echa flores 
al Jesús de la agonía, 
y es la fe de mis mayores! 
¡Oh, no eres tú mi cantar! 
¡No puedo cantar, ni quiero 
a ese Jesús del madero, 
sino al que anduvo en el mar!


Antonio Machado

En abril, las aguas mil


Son de abril las aguas mil. 
Sopla el viento achubascado, 
y entre nublado y nublado 
hay trozos de cielo añil. 
Agua y sol. El iris brilla. 
En una nube lejana, 
zigzaguea 
una centella amarilla. 
La lluvia da en la ventana 
y el cristal repiqueteo. 
A través de la neblina 
que forma la lluvia fina, 
se divisa un prado verde, 
y un encinar se esfumina, 
y una sierra gris se pierde. 
Los hilos del aguacero 
sesgan las nacientes frondas, 
y agitan las turbias ondas 
en el remanso del Duero. 
Lloviendo está en los habares 
y en las pardas sementeras; 
hay sol en los encinares, 
charcos por las carreteras. 
Lluvia y sol. Ya se oscurece 
el campo, ya se ilumina; 
allí un cerro desparece, 
allá surge una colina. 
Ya son claros, ya sombríos 
los dispersos caseríos, 
los lejanos torreones. 
Hacia la sierra plomiza 
van rodando en pelotones 
nubes de guata y ceniza.


Antonio Machado

A un naranjo y a un limonero


Naranjo en maceta, ¡qué triste es tu suerte! 
Medrosas tiritan tus hojas menguadas. 
Naranjo en la corte, ¡qué pena da verte 
con tus naranjitas secas y arrugadas!. 

Pobre limonero de fruto amarillo 
cual pomo pulido de pálida cera, 
¡qué pena mirarte, mísero arbolillo 
criado en mezquino tonel de madera! 

De los claros bosques de la Andalucía, 
¿quién os trajo a esta castellana tierra 
que barren los vientos de la adusta sierra, 
hijos de los campos de la tierra mía? 

¡Gloria de los huertos, árbol limonero, 
que enciendes los frutos de pálido oro, 
y alumbras del negro cipresal austero 
las quietas plegarias erguidas en coro; 

y fresco naranjo del patio querido, 
del campo risueño y el huerto soñado, 
siempre en mi recuerdo maduro o florido 
de frondas y aromas y frutos cargado!


Antonio Machado

sábado, 22 de febrero de 2014

Caminante no hay camino



Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino
sino estelas en la mar.

Antonio Machado

Anoche cuando dormía




                                                                Anoche cuando dormía 
soñé ¡bendita ilusión! 
que una fontana fluía 
dentro de mi corazón. 
Dí: ¿por qué acequia escondida, 
agua, vienes hasta mí, 
manantial de nueva vida 
en donde nunca bebí? 

Anoche cuando dormía 
soñé ¡bendita ilusión! 
que una colmena tenía 
dentro de mi corazón; 
y las doradas abejas 
iban fabricando en él, 
con las amarguras viejas, 
blanca cera y dulce miel. 

Anoche cuando dormía 
soñé ¡bendita ilusión! 
que un ardiente sol lucía 
dentro de mi corazón. 
Era ardiente porque daba 
calores de rojo hogar, 
y era sol porque alumbraba 
y porque hacía llorar. 

Anoche cuando dormía 
soñé ¡bendita ilusión! 
que era Dios lo que tenía 
dentro de mi corazón.

Antonio Machado



      

Caso


A un cruzado caballero, 
garrido y noble garzón, 
en el palenque guerrero 
le clavaron un acero 
tan cerca del corazón, 

que el físico al contemplarle, 
tras verle y examinarle, 
dijo: «Quedará sin vida 
si se pretende sacarle 
el venablo de la herida». 

Por el dolor congojado, 
triste, débil, desangrado, 
después que tanto sufrió, 
con el acero clavado 
el caballero murió. 

Pues el físico decía 
que, en dicho caso, quien 
una herida tal tenía, 
con el venablo moría, 
sin el venablo también. 

¿No comprendes, Asunción, 
la historia que te he contado, 
la del garrido garzón 
con el acero clavado 
muy cerca del corazón? 

Pues el caso es verdadero; 
yo soy el herido, ingrata, 
y tu amor es el acero: 
¡si me lo quitas, me muero; 
si me lo dejas, me mata!


Rubén Darío

Caracol



En la playa he encontrado un caracol de oro 
macizo y recamado de las perlas más finas; 
Europa le ha tocado con sus manos divinas 
cuando cruzó las ondas sobre el celeste toro. 

He llevado a mis labios el caracol sonoro 
y he suscitado el eco de las dianas marinas, 
le acerqué a mis oídos y las azules minas 
me han contado en voz baja su secreto tesoro. 

Así la sal me llega de los vientos amargos 
que en sus hinchadas velas sintió la nave Argos 
cuando amaron los astros el sueño de Jasón; 

y oigo un rumor de olas y un incógnito acento 
y un profundo oleaje y un misterioso viento... 
(El caracol la forma tiene de un corazón.)


Rubén Darío

Canción de otoño en primavera



Juventud, divino tesoro, 
¡ya te vas para no volver! 
Cuando quiero llorar, no lloro... 
y a veces lloro sin querer... 

Plural ha sido la celeste 
historia de mi corazón. 
Era una dulce niña, en este 
mundo de duelo y de aflicción. 

Miraba como el alba pura; 
sonreía como una flor. 
Era su cabellera obscura 
hecha de noche y de dolor. 

Yo era tímido como un niño. 
Ella, naturalmente, fue, 
para mi amor hecho de armiño, 
Herodías y Salomé... 

Juventud, divino tesoro, 
¡ya te vas para no volver! 
Cuando quiero llorar, no lloro... 
y a veces lloro sin querer... 

Y más consoladora y más 
halagadora y expresiva, 
la otra fue más sensitiva 
cual no pensé encontrar jamás. 

Pues a su continua ternura 
una pasión violenta unía. 
En un peplo de gasa pura 
una bacante se envolvía... 

En sus brazos tomó mi ensueño 
y lo arrulló como a un bebé... 
Y te mató, triste y pequeño, 
falto de luz, falto de fe... 

Juventud, divino tesoro, 
¡te fuiste para no volver! 
Cuando quiero llorar, no lloro... 
y a veces lloro sin querer... 

Otra juzgó que era mi boca 
el estuche de su pasión; 
y que me roería, loca, 
con sus dientes el corazón. 

Poniendo en un amor de exceso 
la mira de su voluntad, 
mientras eran abrazo y beso 
síntesis de la eternidad; 

y de nuestra carne ligera 
imaginar siempre un Edén, 
sin pensar que la Primavera 
y la carne acaban también... 

Juventud, divino tesoro, 
¡ya te vas para no volver! 
Cuando quiero llorar, no lloro... 
y a veces lloro sin querer. 

¡Y las demás! En tantos climas, 
en tantas tierras siempre son, 
si no pretextos de mis rimas 
fantasmas de mi corazón. 

En vano busqué a la princesa 
que estaba triste de esperar. 
La vida es dura. Amarga y pesa. 
¡Ya no hay princesa que cantar! 

Mas a pesar del tiempo terco, 
mi sed de amor no tiene fin; 
con el cabello gris, me acerco 
a los rosales del jardín... 

Juventud, divino tesoro, 
¡ya te vas para no volver! 
Cuando quiero llorar, no lloro... 
y a veces lloro sin querer... 
¡Mas es mía el Alba de oro!

Rubén Darío

DE UNA REFLEXIÓN CUERDA


Con el dolor de la mortal herida,
de un agravio de amor me lamentaba,
y por ver si la muerte se llegaba
procuraba que fuese más crecida.

Toda en el mal el alma divertida,
pena por pena su dolor sumaba,
y en cada circunstancia ponderaba
que sobraban mil muertes a una vida.

Y cuando, al golpe de uno y otro tiro
rendido el corazón, daba penoso
señas de dar el último suspiro,

no sé con qué destino prodigioso
volví a mi acuerdo y dije: ¿qué me admiro?
¿Quién en amor ha sido más dichoso?


Sor Juana Inés de la Cruz