En un mundo que clama por amabilidad,
donde la indiferencia es la norma,
surgió la generosidad, una virtud singular,
que nos envuelve con su dulce forma.
Es un regalo que fluye del corazón,
un acto desinteresado y sincero,
donde se olvida el egoísmo y la razón,
y se abraza el amor verdadero.
La generosidad no conoce límites ni fronteras,
trasciende culturas y creencias,
es un puente que une a las almas enteras,
y construye puentes en vez de paredes.
En un mundo que clama por amabilidad,
donde la indiferencia es la norma,
surgió la generosidad, una virtud singular,
que nos envuelve con su dulce forma.
Es un regalo que fluye del corazón,
un acto desinteresado y sincero,
donde se olvida el egoísmo y la razón,
y se abraza el amor verdadero.
La generosidad no conoce límites ni fronteras,
trasciende culturas y creencias,
es un puente que une a las almas enteras,
y construye puentes en vez de paredes.
Es tender la mano al que está en necesidad,
compartir sin esperar nada a cambio,
dar un abrazo lleno de calidez y bondad,
y aliviar el dolor con un solo gesto de entrega.
La generosidad es sembrar semillas de esperanza,
cultivar jardines de compasión y empatía,
es brindar apoyo en la adversidad y en la bonanza,
y alegrar el mundo con una sonrisa cada día.
En cada acto generoso, el mundo se transforma,
se ilumina y florece con amor y gratitud,
y en el corazón de quien da y recibe se forma,
un lazo indestructible de plenitud.
Así que abramos nuestros corazones con valentía,
y seamos generosos en cada paso que damos,
porque la verdadera grandeza se encuentra en la entrega,
y en cada acto de generosidad nos encontramos.