En el vasto horizonte del ocaso,
donde el sol se disuelve en mil colores,
se entrelazan susurros y fulgores,
nace una ilusión en suave abrazo.
Espejismo en la bruma vespertina,
eco de sueños nunca consumados,
como sombras de amores relegados,
florece la esperanza cristalina.
Un suspiro de luz en la penumbra,
destello fugaz de un cielo estrellado,
donde el tiempo se vuelve desbordado,
y el alma, en su anhelo, no se encumbra.
Es la ilusión, del alma compañera,
un faro en la niebla del destino,
canción de un etéreo peregrino,
búsqueda infinita y verdadera.
No es engaño ni burla del sentido,
sino dulce promesa de ternura,
que en la soledad se torna pura,
y en el corazón encuentra abrigo.
Alza su vuelo en cada pensamiento,
se posa en el rincón de lo soñado,
y aunque frágil, es fuerte y desatado,
en cada palpitar es fundamento.
Así vive la ilusión, luminosa,
eterna en su efímera existencia,
donde lo imposible es la esencia,
y cada susurro, una rosa.