Bajo la fina lluvia, cual lágrimas del cielo,
se despierta el encanto de un paseo etéreo.
Gotas danzantes, suaves caricias al viento,
abrazan mi ser y me llenan de contento.
El susurro del agua acaricia mis oídos,
una melodía divina en su fluir compartido.
El ritmo acompasado de la lluvia en el suelo,
es música sublime que embriaga mi anhelo.
Caminando despacio, sin rumbo ni destino,
me sumerjo en la calma, en un mundo clandestino.
Las gotas acarician mi rostro con ternura,
y en cada contacto, renuevo mi dulzura.
La lluvia lavando mis penas y desvelos,
me brinda paz infinita en sus abrazos bellos.
Lava mis preocupaciones, mis pesares y temores,
y me regala un instante de serenidad sin dolores.
En este paseo, bajo el manto celestial,
siento cómo renace mi espíritu inmortal.
Las gotas resbalan sobre mi piel con esmero,
borrando cualquier rastro de melancolía y agobio severo.
Y mientras sigo avanzando, en íntima comunión,
con el susurro de la lluvia, siento plena conexión.
Mis pasos se vuelven ligeros, flotantes en el aire,
como si la magia de la lluvia me invitara a volar sin cesar.
En cada gota encuentro un mensaje de esperanza,
que despierta en mi alma una danza de confianza.
La lluvia me enseña a fluir con dulzura y armonía,
a encontrar en la tormenta la más serena melodía.
Bajo la fina lluvia, encuentro paz y consuelo,
un bálsamo divino que me envuelve en su velo.
En cada paseo bajo su abrazo, mi alma se renueva,
y la lluvia, mi amiga fiel, mi eterna musa nueva.