La distancia hacia la isla
se diluye un poco en los grises
de la noche iluminada:
es reflejo de ciudad extrema,
lleva el nombre
de un indígena amable, Seattle
le otorga cuerpo a las nubes.
La marea sube.
Pequeño es el ruido de las olas,
el lamento
de algún ganso o gaviota.
Nada más ocurre en esta playa
donde llueve lenta,
apaciblemente.
Dormidos los niños,
los pinos retienen
la mesura
de una costa otoñal
en tu mirada
hermana
mujer.