PIERROT Y ARLEQUÍN

Pierrot y Arlequín,

mirándose sin

rencores,

después de cenar,

pusiéronse a hablar

de amores.

Y dijo Pierrot:

—¿Qué buscas tú?

          —¿Yo?...

¡Placeres!

—Entonces, no más

disputas por las

mujeres.

Y sepa yo, al fin,

tu novia, Arlequín...

—Ninguna.

Mas dime, a tu vez,

la tuya.

      —¡Pardiez!...

¡La Luna!

CARLOS V

El que en Milán nieló de plata y oro

la soberbia armadura; el que ha forjado

en Toledo este arnés; quien ha domado

el negro potro del desierto moro...

El que tiñó de púrpura esta pluma

—que al aire en Mulberg prepotente flota—,

esta tierra que pisa y la remota

playa de oro y de sol de Moctezuma...

Todo es de este hombre gris, barba de acero,

carnoso labio, socarrón y duros

ojos de lobo audaz, que, lanza en mano,

recorre su dominio, el orbe entero,,

con resonantes pasos, y seguros.

En este punto lo pintó el Tiziano.