Pierrot y Arlequín,
mirándose sin
rencores,
después de cenar,
pusiéronse a hablar
de amores.
Y dijo Pierrot:
—¿Qué buscas tú?
—¿Yo?...
¡Placeres!
—Entonces, no más
disputas por las
mujeres.
Y sepa yo, al fin,
tu novia, Arlequín...
—Ninguna.
Mas dime, a tu vez,
la tuya.
—¡Pardiez!...
¡La Luna!
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