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jueves, 27 de febrero de 2014

Alhambra



Grata la voz del agua 
a quien abrumaron negras arenas, 
grato a la mano cóncava 
el mármol circular de la columna, 
gratos los finos laberintos del agua 
entre los limoneros, 
grata la música del zéjel, 
grato el amor y grata la plegaria 
dirigida a un Dios que está solo, 
grato el jazmín. 

Vano el alfanje 
ante las largas lanzas de los muchos, 
vano ser el mejor. 
Grato sentir o presentir, rey doliente, 
que tus dulzuras son adioses, 
que te será negada la llave, 
que la cruz del infiel borrará la luna, 
que la tarde que miras es la última.


Jorge Luis Borges

Alguien


Un hombre trabajado por el tiempo, 
un hombre que ni siquiera espera la muerte 
(las pruebas de la muerte son estadísticas 
y nadie hay que no corra el albur 
de ser el primer inmortal), 
un hombre que ha aprendido a agradecer 
las modestas limosnas de los días: 
el sueño, la rutina, el sabor del agua, 
una no sospechada etimología, 
un verso latino o sajón, 
la memoria de una mujer que lo ha abandonado 
hace ya tantos años 
que hoy puede recordarla sin amargura, 
un hombre que no ignora que el presente 
ya es el porvenir y el olvido, 
un hombre que ha sido desleal 
y con el que fueron desleales, 
puede sentir de pronto, al cruzar la calle, 
una misteriosa felicidad 
que no viene del lado de la esperanza 
sino de una antigua inocencia, 
de su propia raíz o de un dios disperso. 

Sabe que no debe mirarla de cerca, 
porque hay razones más terribles que tigres 
que le demostrarán su obligación 
de ser un desdichado, 
pero humildemente recibe 
esa felicidad, esa ráfaga. 

Quizá en la muerte para siempre seremos, 
cuando el polvo sea polvo, 
esa indescifrable raíz, 
de la cual para siempre crecerá, 
ecuánime o atroz, 
nuestro solitario cielo o infierno.



                                                               Jorge Luis Borges