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miércoles, 19 de febrero de 2014

Caperucita roja



Caperucita Roja visitará a la abuela 
que en el poblado próximo sufre de extraño mal. 
Caperucita Roja, la de los rizos rubios, 
tiene el corazoncito tierno como un panal. 

A las primeras luces ya se ha puesto en camino 
y va cruzando el bosque con un pasito audaz. 
Sale al paso Maese Lobo, de ojos diabólicos. 
«Caperucita Roja, cuéntame adónde vas». 

Caperucita es cándida como los lirios blancos. 
«Abuelita ha enfermado. Le llevo aquí un pastel 
y un pucherito suave, que se derrama en juego. 
¿Sabes del pueblo próximo? Vive en la entrada de él». 

Y ahora, por el bosque discurriendo encantada, 
recoge bayas rojas, corta ramas en flor, 
y se enamora de unas mariposas pintadas 
que la hacen olvidarse del viaje del Traidor... 

El Lobo fabuloso de blanqueados dientes, 
ha pasado ya el bosque, el molino, el alcor, 
y golpea en la plácida puerta de la abuelita, 
que le abre. (A la niña ha anunciado el Traidor.) 

Ha tres días la bestia no sabe de bocado. 
¡Pobre abuelita inválida, quién la va a defender! 
... Se la comió riendo toda y pausadamente 
y se puso en seguida sus ropas de mujer. 

Tocan dedos menudos a la entornada puerta. 
De la arrugada cama dice el Lobo: «¿Quién va?» 
La voz es ronca. «Pero la abuelita está enferma» 
la niña ingenua explica. «De parte de mamá». 

Caperucita ha entrado, olorosa de bayas. 
Le tiemblan en la mano gajos de salvia en flor. 
«Deja los pastelitos; ven a entibiarme el lecho». 
Caperucita cede al reclamo de amor. 

De entre la cofia salen las orejas monstruosas. 
«¿Por qué tan largas?», dice la niña con candor. 
Y el velludo engañoso, abrazado a la niña: 
«¿Para qué son tan largas? Para oírte mejor». 

El cuerpecito tierno le dilata los ojos. 
El terror en la niña los dilata también. 
«Abuelita, decidme: ¿por qué esos grandes ojos?» 
«Corazoncito mío, para mirarte bien...» 

Y el viejo Lobo ríe, y entre la boca negra 
tienen los dientes blancos un terrible fulgor. 
«Abuelita, decidme: ¿por qué esos grandes dientes?» 
«Corazoncito, para devorarte mejor...» 

Ha arrollado la bestia, bajo sus pelos ásperos, 
el cuerpecito trémulo, suave como un vellón; 
y ha molido las carnes, y ha molido los huesos, 
y ha exprimido como una cereza el corazón.


Gabriela Mistral

Besos

Hay besos que pronuncian por sí solos 
la sentencia de amor condenatoria, 
hay besos que se dan con la mirada 
hay besos que se dan con la memoria. 

Hay besos silenciosos, besos nobles 
hay besos enigmáticos, sinceros 
hay besos que se dan sólo las almas 
hay besos por prohibidos, verdaderos. 

Hay besos que calcinan y que hieren, 
hay besos que arrebatan los sentidos, 
hay besos misteriosos que han dejado 
mil sueños errantes y perdidos. 

Hay besos problemáticos que encierran 
una clave que nadie ha descifrado, 
hay besos que engendran la tragedia 
cuantas rosas en broche han deshojado. 

Hay besos perfumados, besos tibios 
que palpitan en íntimos anhelos, 
hay besos que en los labios dejan huellas 
como un campo de sol entre dos hielos. 

Hay besos que parecen azucenas 
por sublimes, ingenuos y por puros, 
hay besos traicioneros y cobardes, 
hay besos maldecidos y perjuros. 

Judas besa a Jesús y deja impresa 
en su rostro de Dios, la felonía, 
mientras la Magdalena con sus besos 
fortifica piadosa su agonía. 

Desde entonces en los besos palpita 
el amor, la traición y los dolores, 
en las bodas humanas se parecen 
a la brisa que juega con las flores. 

Hay besos que producen desvaríos 
de amorosa pasión ardiente y loca, 
tú los conoces bien son besos míos 
inventados por mí, para tu boca. 

Besos de llama que en rastro impreso 
llevan los surcos de un amor vedado, 
besos de tempestad, salvajes besos 
que solo nuestros labios han probado. 

¿Te acuerdas del primero...? Indefinible; 
cubrió tu faz de cárdenos sonrojos 
y en los espasmos de emoción terrible, 
llenáronse de lágrimas tus ojos. 

¿Te acuerdas que una tarde en loco exceso 
te vi celoso imaginando agravios, 
te suspendí en mis brazos... vibró un beso, 
y qué viste después...? Sangre en mis labios. 

Yo te enseñé a besar: los besos fríos 
son de impasible corazón de roca, 
yo te enseñé a besar con besos míos 
inventados por mí, para tu boca.


Gabriela Mistral