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miércoles, 12 de septiembre de 2012

Como el primer día



Como el primer día
de mi llegada aquí,
a veces la memoria se me pierde
y me encuentro yacente por el suelo
sin hueso ni contorno
ignorando qué vida de qué mundo
de qué recuerdo es ésta.

-Pero tú no me olvides,
dulce tierra sin rostro
cuyo recuerdo pierdo a cada instante,
cuyo sabor me escapa,
cuyos ojos de amor no reconozco.

Oh, no me olvides, mi memoria es viento;
me disuelvo en la noche día a día
si tú no guardas algo
de este turbio latido
que derramado apenas humedece
tu vasta frente donde la memoria
es oscura y sin fin como un olvido.

domingo, 9 de septiembre de 2012

El Ricote Erudito



Hubo un rico en Madrid (y aun dicen que era
más necio que rico),
cuya casa magnífica adornaban
muebles exquisitos.

«¡Lástima que en vivienda tan preciosa»
le dijo un amigo,
«falte una librería!, bello adorno,
útil y preciso.»

«Cierto», responde el otro. «¡Que esa idea
no me haya ocurrido!...
A tiempo estamos. El salón del Norte
a este fin destino.

»Que venga el ebanista, y haga estantes
capaces, pulidos,
a toda costa. Luego trataremos
de comprar los libros.

»Ya tenemos estantes. Pues, ahora»,
el buen hombre dijo,
«¡echarme yo a buscar doce mil tomos!
¡No es mal ejercicio!

»Perderé la chaveta, saldrán caros,
y es obra de un siglo...
Pero ¿no era mejor ponerlos todos
de cartón fingidos?

»Ya se ve: ¿por qué no? Para estos casos
tengo yo un pintorcillo
que escriba buenos rótulos e imite
pasta y pergamino.

»¡Manos a la labor!» Libros curiosos
modernos y antiguos
mandó pintar, y a más de los impresos,
varios manuscritos.

El bendito señor repasó tanto
sus tomos postizos,
que aprendiendo los rótulos de muchos,
se creyó erudito.

Pues ¿qué más quieren los que sólo estudian
títulos de libros,
si con fingirlos de cartón pintado
les sirven lo mismo?