En la penumbra de mi alma mora,
un lamento triste, una sombra.
Soledad que abraza como espinas,
tejiendo tristezas, espinas divinas.
Entre susurros de la noche callada,
la tristeza se alza, desamparada.
Un eco de melancolía danza,
en el rincón oscuro, la esperanza avanza.
El corazón, un nido de silencios,
donde el eco de risas se torna ausencia.
Caminando en la senda de la añoranza,
se deslizan lágrimas, río de desconfianza.
Las sombras danzan, danza sin pareja,
un vals de pesares, danza que quiebra.
La soledad, fiel compañera de mis días,
teje su red de silencios, despojos y agonías.
En el crepúsculo de mi ser abatido,
la tristeza es un poema no escrito.
Se entreteje con hilos de desencanto,
un tejido de despedidas, un quebranto.
Bajo el manto de estrellas desvanecidas,
la tristeza y la soledad son compañías.
Se abrazan en la noche, cómplices de duelo,
en el lienzo del alma, un cuadro sin cielo.
Mas en la penumbra, aún brota la luz,
un destello lejano, un susurro, una cruz.
La tristeza y soledad, poesía efímera,
en el libro del tiempo, una página sincera.
Que el sol alumbre en la aurora esperada,
que la tristeza sea lágrima ya olvidada.
En la danza del tiempo, renazca la flor,
y en el jardín del alma, florezca el amor.
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