En el ocaso del verano, suaves brisas susurran,
acariciando las hojas doradas y la hierba que languidece,
el sol se despide en tonos cálidos y melancolía dibuja.
Las risas de los días largos aún resuenan en el aire,
mientras las sombras alargan su danza en el suelo,
el tiempo se desliza como arena entre los dedos.
Los colores del atardecer se tiñen de nostalgia,
se desvanece el calor y se abrazan las primeras luces,
la naturaleza se prepara para el sueño que llega.
En el jardín, las flores se inclinan en reverencia,
las aves entonan melodías de despedida,
el murmullo del arroyo se torna suave melodía.
El verano se apaga en un suspiro apacible,
dejando tras de sí recuerdos impregnados en el alma,
un ciclo que se cierra, pero la vida continúa su calma.
Y así, en la quietud del final del verano,
se guarda en el corazón la magia de cada momento,
esperando el renacer en un nuevo ciclo, un nuevo albor.
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