Entre verdes colinas y cielo azul,
donde el sol besa con cariño la tierra,
se extienden las viñas, en racimos de luz,
una danza de sueños que el viento destierra.
Sus hojas acarician la brisa mañanera,
sus raíces se aferran al suelo con pasión,
y en cada pámpano, una historia sincera,
de esfuerzo y esperanza, crece la pasión.
En primavera, brotes tiernos despiertan,
la promesa de frutos en cada rama canta,
mientras el sol, con cariño, los nutre y concierta,
una sinfonía eterna, un amor que encanta.
En verano, las uvas engordan su esencia,
se tiñen de púrpura, dulzura y encanto,
y en el aire se mezcla una mágica fragancia,
un perfume embriagador, un éxtasis santo.
Llega el otoño, tiempo de la vendimia,
las manos laboriosas recolectan con tesón,
el fruto del esfuerzo, la dulce melodía,
que habla del trabajo y la gratitud del corazón.
Así, entre las viñas, se teje la historia,
de vidas entregadas a un legado ancestral,
donde la pasión y el esfuerzo son la gloria,
y el vino se convierte en un nectar celestial.
Brindemos por las viñas, por su esencia divina,
por aquellos que con amor cultivan su razón,
que cada sorbo de vino nos lleve a la cima,
y nos embriague el alma con su bendición.
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