En un mundo de sombras y de grises,
donde a menudo el dolor se desliza,
aparece un niño con ojos inocentes,
radiantes estrellas en su mirada presente.
Sus ojos, luceros de pureza y candor,
reflejan la magia que hay en su interior.
Son dos luciérnagas llenas de asombro,
que iluminan mi mundo en cada encuentro.
En ellos encuentro un mar sin horizontes,
un universo de sueños y horizontes,
donde el amor florece en cada destello,
y la esperanza se cuela en su reflejo.
Sus ojos son ventanas a un mundo mejor,
donde los corazones se llenan de color.
Son pequeñas puertas hacia la fantasía,
donde todo es posible, sin melancolía.
Cuando esos ojos me miran con ternura,
se despierta en mí una paz que perdura.
Me transportan a un lugar lleno de alegría,
donde las sonrisas son eternas melodías.
En esos ojos inocentes veo un futuro,
donde la inocencia sea siempre el seguro,
donde la bondad sea la única moneda,
y la compasión sea la fuerza que nos queda.
A los ojos de un niño, regalo divino,
les dedico este poema con todo mi cariño.
Que nunca pierdan su brillo ni su magia,
y que siempre inspiren esperanza y gracia.
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