En lo profundo del alma, en el rincón más sagrado,
brotan los sentimientos, como un susurro callado.
Son versos sin palabras, una danza sin compás,
el lenguaje del corazón que solo el alma es capaz.
Hay días de alegría, en los que el sol brilla radiante,
y el corazón se desborda de amor, como un río fulgurante.
Las risas se entrelazan con los latidos del pecho,
y el mundo se viste de colores, sin ningún despecho.
Pero también existen días grises, de nubes en el cielo,
donde los sentimientos se tornan oscuros, sin consuelo.
La tristeza se despliega, como una sombra que acecha,
y el alma se estremece, buscando una mano que aprieta.
Hay momentos de pasión, donde el fuego arde sin tregua,
donde el deseo y la emoción se funden, en una danza muy antigua.
La piel se eriza, los suspiros se escapan en el aire,
y el corazón se desborda, sin miedo a naufragar en los mares.
Pero también habita el miedo, el temor que nos paraliza,
las dudas que nos asaltan, las sombras que nos inmovilizan.
El corazón late agitado, como un pájaro encerrado,
buscando un refugio, un consuelo que lo haya amparado.
Los sentimientos son el mapa de nuestra existencia,
una melodía que nos guía, con amor o con insistencia.
Son la esencia misma de lo que somos, de nuestra identidad,
y debemos abrazarlos todos, sin temor a la realidad.
Así que deja que tus sentimientos fluyan, sin censura,
exprésalos con palabras, dale forma a tu hermosa figura.
Porque en cada emoción, en cada lágrima o sonrisa,
se encuentra la magia de vivir, la esencia más precisa.
Y aunque a veces duelan, aunque a veces nos hagan llorar,
los sentimientos nos definen, nos ayudan a respirar.
Son la fuerza que nos impulsa, que nos hace verdaderos,
y en ellos encontramos la paz, el amor, de ser sinceros.
