En el vasto escenario de la vida,
donde los corazones danzan al ritmo del tiempo,
se erige un lazo noble, fuerte y cálido,
es el tesoro inigualable: la amistad.
Como rayos de sol que iluminan la senda,
amistad, luz que disipa la oscuridad,
tejida con hilos de confianza y lealtad,
es un refugio en la tormenta de la adversidad.
En el jardín de la existencia florece,
la flor de la amistad, eterna y sincera,
nace de la semilla del respeto y la empatía,
sus pétalos son abrazos, sus raíces, alegría.
En los días radiantes y en las noches oscuras,
la amistad se erige como faro que guía,
un lazo que se fortalece con risas compartidas,
y se sostiene en los momentos de melancolía.
No se mide en riquezas ni en títulos nobles,
la verdadera amistad es un don preciado,
un regalo que se cultiva con cuidado,
en el jardín del corazón, eternamente venerado.
En las páginas del tiempo, su historia se escribe,
con plumas de experiencias y lágrimas convertidas en risas,
es un verso eterno que resuena en el alma,
el poema del valor imperecedero de la amistad.
Así, en el telar de la vida, tejemos la trama,
entrelazando hebras de afecto y camaradería,
pues en el abrazo del amigo verdadero,
hallamos el tesoro más grande, la felicidad compartida.