Create your own banner at mybannermaker.com!
Mostrando entradas con la etiqueta flores. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta flores. Mostrar todas las entradas

viernes, 9 de enero de 2015

LA INFANTA MARGARITA



Como una flor clorótica el semblante,
que hábil pincel tiñó de leche y fresa,
emerge del pomposo guardainfante,
entre sus galas cortesanas presa.

La mano —ámbar de ensueño—, entre los tules
de la falda desmáyase y sostiene
el pañuelo riquísimo, que viene
de los ojos atónitos y azules.

Italia, Flandes, Portugal..., Poniente
sol de la gloria el último destello
en sus mejillas infantiles posa...

Y corona no más su augusta frente
la dorada ceniza del cabello,
que apenas prende el leve lazo rosa.

                            Manuel Machado


miércoles, 7 de enero de 2015

LIRIO


Casi todo alma, 
vaga Gerineldos 
por esos jardines 
del rey, a lo lejos, 
junto a los macizos 
de arrayanes...

                                Besos 
de la reina dicen 
los morados cercos 
de sus ojos mustios, 
dos idilios muertos. 
Casi todo alma, 
se pierde en silencio, 
por el laberinto 
de arrayanes... ¡Besos! 
Solo, solo, solo, 
lejos, lejos, lejos... 
Como una humareda, 
como un pensamiento... 
Como esa persona 
extraña que vemos 
cruzar por las calles 
oscuras de un sueño.

                           Manuel Machado

viernes, 2 de enero de 2015

ARS MORIENDI


                 I

Morir es... Una flor hay, en el sueño 
—que, al despertar, no está ya en nuestras manos—, 
de aromas y colores imposibles... 
Y un día sin aurora la cortamos.

                        II

      Dichoso es el que olvida 
      el porqué del viaje 
      y, en la estrella, en la flor, en el celaje, 
      deja su alma prendida.

                        III

        Y yo había dicho: «¡Vive!» 
        Es decir: ama y besa, 
        escucha, mira, toca, 
        embriágate y sueña...

        Y ahora suspiro: «¡Muérete!» 
        Es decir: calla, ciega, 
        abstente, para, olvida, 
        resígnate... y espera.

                        IV

        Era un agua que se secó, 
        un aroma que se esfumó, 
        una lumbre que se apagó...

        Y ya es sólo la aridez, 
        la insipidez, 
        la hez...

                        V

La Vida se aparece como un sueño 
en nuestra infancia... Luego despertamos 
a verla, y caminamos 
el encanto buscándole risueño 
que primero soñamos; 
... y, como no lo hallamos, 
buscándolo seguimos, 
hasta que para siempre nos dormimos.

                        VI

¡Y Ella viene siempre!  Desde que nacemos, 
su paso, lejano o próximo, huella 
el mismo sendero por donde corremos 
hasta dar con Ella.

                        VII

Lleno estoy de sospechas de verdades 
que no me sirven ya para la vida, 
pero que me preparan dulcemente 
a bien morir...

                        VIII

Mi pensamiento, como un sol ardiente, 
ha cegado mi espíritu y secado 
mi corazón ...

                        IX

El cuerpo joven, pero el alma helada, 
sé que voy a morir, porque no amo 
ya nada.


domingo, 28 de diciembre de 2014

LA MUJER SEVILLANA



                I
              CARMEN

Cuando al caer la tarde, como un suspiro, orea
los rumorosos patios del barrio de Triana,
y el cabello de Carmen, que de negro azulea,
y sus ojos, en donde amor florece y grana...

Envuelto en ese halo de gracia, que defiende
al hombre que es amado de una mujer hermosa,
pasa Antonio; y, en una larga mirada, enciende
el alma y las mejillas de Carmen, ruborosa.

Ella lo ve alejarse, sintiendo confundido
al latir de su pecho el paso conocido.

Y al rezar el Rosario, y al regar las macetas,
un nombre la perturba con delicias secretas...

Y sola ante el espejo -confesará mañana-,
prende en su negro pelo una rosa temprana.

                  II
              ROSARIO

«Los hombres son los hombres». Y hay cosas en la vida...
Ante tales razones, Rosario, convencida,
inclina a la costura la gallarda cabeza,
donde luce una rosa que envidia su belleza.

Y a pensar en su hogar, limpio como un espejo,
que ella cuida y encanta sólo con el reflejo
de su gracia... Rosario lo que es el mundo ignora.
Cuando Juan viene, ríe.  Si Juan se tarda, llora.

él, que la quiere mucho, aunque lo diga poco,
vuelve siempre a la sombra del amor verdadero.
Ella espera, y el nido amante y dulce cuida,

donde crece la planta de su cariño loco.
Y Juan no viene acaso aquella noche; pero...
«Los hombres son los hombres».  Y hay cosas en la vida...

                  III
                 ANA

¿Conocéis la leyenda que atribuye a Santa Ana
la invención del puchero?... ¿Y aquella otra, llena
de aroma y gracia, de una hierba que es buena,
en competencia con otra que es mejor, Ana?

Y en la ruda corteza de los augustos robles
viendo gotas de lluvia resbalar como llanto,
¿pensasteis en los rostros arrugados y nobles
de las abuelas, reinas-madres, que amaron tanto?...

Todo ello se evoca viendo a esta vieja santa,
a quien nimba una lumbre de hogar inextinguida,
bajo la gracia pura del sevillano cielo...

Y aun, con alegres cuentos, al nietecillo encanta;
y aun, heroica, conserva, al final de la vida,
la sonrisa en los labios y la rosa en el pelo.

Manuel Machado


miércoles, 5 de noviembre de 2014

Derrochador de encanto


Derrochador de encanto, ¿por qué gastas
en ti mismo tu herencia de hermosura?
Naturaleza presta y no regala,
y, generosa, presta al generoso.

Luego, bello egoísta, ¿por qué abusas
de lo que se te dio para que dieras?
Avaro sin provecho, ¿por qué empleas
suma tan grande, si vivir no logras?

Al comerciar así sólo contigo,
defraudas de ti mismo a lo más dulce.
Cuando te llamen a partir, ¿qué saldo

podrás dejar que sea tolerable?
Tu belleza sin uso irá a la tumba;
usada, hubiera sido tu albacea.

William Shakespeare



lunes, 3 de noviembre de 2014

A un día de verano compararte



¿A un día de verano compararte?
Más hermosura y suavidad posees.
Tiembla el brote de mayo bajo el viento
y el estío no dura casi nada.

A veces demasiado brilla el ojo solar
y otras su tez de oro se apaga;
toda belleza alguna vez declina,
ajada por la suerte o por el tiempo.

Pero eterno será el verano tuyo.
No perderás la gracia, ni la Muerte
se jactará de ensombrecer tus pasos

cuando crezcas en versos inmortales.
Vivirás mientras alguien vea y sienta
y esto pueda vivir y te dé vida.

William Shakespeare

(Versión de Alejandro Araoz Fraser)

miércoles, 13 de agosto de 2014

INVENTAR LA VERDAD


Pongo el oído atento al pecho,
como, en la orilla, el caracol al mar.
Oigo mi corazón latir sangrando
y siempre y nunca igual.
Sé por qué late así, pero no puedo
decir por qué será.

Si empezara a decirlo con fantasmas
de palabras y engaños al azar,
llegaría, temblando de sorpresa,
a inventar la verdad:
¡Cuando fingí quererte, no sabía
que te quería ya!


butterly rose



lunes, 11 de agosto de 2014

DÉCIMA MUERTE





I

¡Qué prueba de la existencia
habrá mayor que la suerte
de estar viviendo sin verte
y muriendo en tu presencia!
Esta lúcida conciencia
de amar a lo nunca visto
y de esperar lo imprevisto;
este caer sin llegar
es la angustia de pensar
que puesto que muero existo.

II

Si en todas partes estás,
en el agua y en la tierra,
en el aire que me encierra
y en el incendio voraz;
y si a todas partes vas
conmigo en el pensamiento,
en el soplo de mi aliento
y en mi sangre confundida,
¿no serás, Muerte, en mi vida,
agua, fuego, polvo y viento?

III

si tienes manos, que sean
de un tacto sutil y blando,
apenas sensible cuando
anestesiado me crean;
y que tus ojos me vean
sin mirarme, de tal suerte
que nada me desconcierte
ni tu vista ni tu roce,
para no sentir un goce
ni un dolor contigo, Muerte.

IV

Por caminos ignorados,
por hendiduras secretas,
por las misteriosas vetas
de troncos recién cortados,
te ven mis ojos cerrados
entrar en mi alcoba oscura
a convertir mi envoltura
opaca, febril, cambiante,
en materia de diamante
luminosa, eterna y pura.

V

No duermo para que al verte
llegar lenta y apagada,
para que al oír pausada
tu voz que silencios vierte,
para que al tocar la nada
que envuelve tu cuerpo yerto,
para que a tu olor desierto
pueda, sin sombra de sueño,
saber que de ti me adueño,
sentir que muero despierto.

VI

La aguja del instantero
recorrerá su cuadrante,
todo cabrá en un instante
del espacio verdadero
que, ancho, profundo y señero,
será elástico a tu paso
de modo que el tiempo cierto
prolongará nuestro abrazo
y será posible, acaso,
vivir después de haber muerto.

VII

En el roce, en el contacto,
en la inefable delicia
de la suprema caricia
que desemboca en el acto,
hay un misterioso pacto
del espasmo delirante
en que un cielo alucinante
y un infierno de agonía
se funden cuando eres mía
y soy tuyo en un instante.

VIII

¡Hasta en la ausencia estás viva!
Porque te encuentro en el hueco
de una forma y en el eco
de una nota fugitiva;
porque en mi propia saliva
fundes tu sabor sombrío,
y a cambio de lo que es mío
me dejas sólo el temor
de hallar hasta en el sabor
la presencia del vacío.

IX

Si te llevo en mí prendida
y te acaricio y escondo,
si te alimento en el fondo
de mi más secreta herida;
si mi muerte te da vida
y goce mi frenesí,
¡qué será, Muerte, de ti
cuando al salir yo del mundo,
deshecho el nudo profundo,
tengas que salir de mí?

X

En vano amenazas, Muerte,
cerrar la boca a mi herida
y poner fin a mi vida
con una palabra inerte.
¡Qué puedo pensar al verte,
si en mi angustia verdadera
tuve que violar la espera;
si en vista de tu tardanza
para llenar mi esperanza
no hay hora en que yo no muera!


violetas y velas





jueves, 7 de agosto de 2014

La rosa eterna



En la mañana vacía
vestida de su alborada;
en la tarde fenecía
cual la rosa de la nada. 

Estaba abierta de día,
de noche estaba cerrada;
cantaba como gemía,
sentía cuanto lloraba, 

La flor del mundo ignorada,
que sólo el alma adivina,
de su tallo se alejaba
a ser la rosa divina


Xavier Abril




domingo, 2 de marzo de 2014

"Romance del Conde Olinos"



Madrugaba el Conde Olinos, 
mañanita de San Juan, 
a dar agua a su caballo 
a las orillas del mar. 
Mientras el caballo bebe 
canta un hermoso cantar: 
las aves que iban volando 
se paraban a escuchar;
caminante que camina 
detiene su caminar; 
navegante que navega 
la nave vuelve hacia allá. 
Desde la torre más alta 
la reina le oyó cantar: 
-Mira, hija, cómo canta 
la sirenita del mar. 
-No es la sirenita, madre, 
que esa no tiene cantar; 
es la voz del conde Olinos, 
que por mí penando está. 
-Si por tus amores pena 
yo le mandaré matar, 
que para casar contigo 
le falta sangre real.
-¡No le mande matar, madre;
no le mande usted matar,
que si mata al conde Olinos
juntos nos han de enterrar!
-¡Que lo maten a lanzadas
y su cuerpo echen al mar!
Él murió a la media noche;
ella, a los gallos cantar.
A ella, como hija de reyes,
la entierran en el altar,
y a él, como hijo de condes,
unos pasos más atrás.
De ella nace un rosal blanco;
de él, un espinar albar.
Crece el uno, crece el otro,
los dos se van a juntar.
La reina, llena de envidia,
ambos los mandó cortar;
el galán que los cortaba
no cesaba de llorar.
De ella naciera una garza;
de él, un fuerte gavilán
Juntos vuelan por el cielo,
juntos vuelan par a par.

jueves, 27 de febrero de 2014

Amorosa anticipación


Ni la intimidad de tu frente clara como una fiesta 
ni la costumbre de tu cuerpo, aún misterioso y tácito y de niña, 
ni la sucesión de tu vida asumiendo palabras o silencios 
serán favor tan misterioso 
como el mirar tu sueño implicado 
en la vigilia de mis brazos. 
Virgen milagrosamente otra vez por la virtud absolutoria del sueño, 
quieta y resplandeciente como una dicha que la memoria elige, 
me darás esa orilla de tu vida que tú misma no tienes, 
Arrojado a quietud 
divisaré esa playa última de tu ser 
y te veré por vez primera, quizá, 
como Dios ha de verte, 
desbaratada la ficción del Tiempo 
sin el amor, sin mí.


Jorge Luis Borges



Alhambra



Grata la voz del agua 
a quien abrumaron negras arenas, 
grato a la mano cóncava 
el mármol circular de la columna, 
gratos los finos laberintos del agua 
entre los limoneros, 
grata la música del zéjel, 
grato el amor y grata la plegaria 
dirigida a un Dios que está solo, 
grato el jazmín. 

Vano el alfanje 
ante las largas lanzas de los muchos, 
vano ser el mejor. 
Grato sentir o presentir, rey doliente, 
que tus dulzuras son adioses, 
que te será negada la llave, 
que la cruz del infiel borrará la luna, 
que la tarde que miras es la última.


Jorge Luis Borges

El celaje


¿Adónde fuiste, Amor; adónde fuiste? 
Se extinguió del poniente el manso fuego, 
y tú que me decías: «hasta luego, 
volveré por la noche»... ¡no volviste! 

¿En qué zarzas tu pie divino heriste? 
¿Qué muro cruel te ensordeció a mi ruego? 
¿Qué nieve supo congelar tu apego 
y a tu memoria hurtar mi imagen triste? 

...Amor, ¡ya no vendrás! En vano, ansioso, 
de mi balcón atalayando vivo 
el campo verde y el confín brumoso; 

y me finge un celaje fugitivo 
nave de luz en que, al final reposo, 
va tu dulce fantasma pensativo.


                                                                    Amado Nervo

El amor nuevo



Todo amor nuevo que aparece 
nos ilumina la existencia, 
nos la perfuma y enflorece. 

En la más densa oscuridad 
toda mujer es refulgencia 
y todo amor es claridad. 
Para curar la pertinaz 
pena, en las almas escondida, 
un nuevo amor es eficaz; 
porque se posa en nuestro mal 
sin lastimar nunca la herida, 
como un destello en un cristal. 

Como un ensueño en una cuna, 
como se posa en la rüina 
la piedad del rayo de la luna. 
como un encanto en un hastío, 
como en la punta de una espina 
una gotita de rocío... 

¿Que también sabe hacer sufrir? 
¿Que también sabe hacer llorar? 
¿Que también sabe hacer morir? 

-Es que tú no supiste amar...


Amado Nervo

miércoles, 26 de febrero de 2014

De invierno



En invernales horas, mirad a Carolina. 
Medio apelotonada, descansa en el sillón, 
envuelta con su abrigo de marta cibelina 
y no lejos del fuego que brilla en el salón. 

El fino angora blanco junto a ella se reclina, 
rozando con su hocico la falda de Aleçón, 
no lejos de las jarras de porcelana china 
que medio oculta un biombo de seda del Japón. 

Con sus sutiles filtros la invade un dulce sueño: 
entro, sin hacer ruido: dejo mi abrigo gris; 
voy a besar su rostro, rosado y halagüeño 

como una rosa roja que fuera flor de lis. 
Abre los ojos; mírame con su mirar risueño, 
y en tanto cae la nieve del cielo de París.

Rubén Darío

Catulle Mendés


Puede ajustarse al pecho coraza férrea y dura; 
puede regir la lanza, la rienda del corcel; 
sus músculos de atleta soportan la armadura... 
pero el busca en las bocas rosadas leche y miel. 

Artista, hijo de Capua, que adora la hermosura, 
la carne femenina prefiere su pincel; 
y en el recinto oculto de tibia alcoba oscura 
agrega mirto y rosas a su triunfal laurel. 

Canta de los oaristis el delicioso instante, 
los besos y el delirio de la mujer amante, 
y en sus palabras tiene perfume, alma, color. 

Su ave es la venusina, la tímida paloma. 
Vencido hubiera en Grecia, vencido hubiera en Roma, 
en todos los combates del arte o del amor.


Rubén Darío

Desvelada



Como soy reina y fui mendiga, ahora 
vivo en puro temblor de que me dejes, 
y te pregunto, pálida, a cada hora: 
«¿Estás conmigo aún? ¡Ay, no te alejes!» 

Quisiera hacer las marchas sonriendo 
y confiando ahora que has venido; 
pero hasta en el dormir estoy temiendo 
y pregunto entre sueños: «¿No te has ido?».

Gabriela Mistral

Despertar


Dormimos, soñé la Tierra 
del Sur, soñé el Valle entero, 
el pastal, la viña crespa, 
y la gloria de los huertos. 
¿Qué soñaste tú mi Niño 
con cara tan placentera? 

Vamos a buscar chañares 
hasta que los encontremos, 
y los guillaves prendidos 
a unos quioscos del infierno. 
El que más coge convida 
a otros dos que no cogieron. 
Yo no me espino las manos 
de niebla que me nacieron. 
Hambre no tengo, ni sed y 
sin virtud doy o cedo. 
¿A qué agradecerme así 
fruto que tomo y entrego?


Gabriela Mistral

martes, 25 de febrero de 2014

Acaso...




Como atento no más a mi quimera 
no reparaba en torno mío, un día 
me sorprendió la fértil primavera 
que en todo el ancho campo sonreía. 

Brotaban verdes hojas 
de las hinchadas yemas del ramaje, 
y flores amarillas, blancas, rojas, 
alegraban la mancha del paisaje. 

Y era una lluvia de saetas de oro, 
el sol sobre las frondas juveniles; 
del amplio río en el caudal sonoro 
se miraban los álamos gentiles. 

Tras de tanto camino es la primera 
vez que miro brotar la primavera, 
dije, y después, declamatoriamente: 

?¡Cuán tarde ya para la dicha mía!? 
Y luego, al caminar, como quien siente 
alas de otra ilusión: ?Y todavía 
¡yo alcanzaré mi juventud un día!


Antonio Machado

A la muerte de Rubén Darío



Si era toda en tu verso la armonía del mundo, 
¿dónde fuiste, Darío, la armonía a buscar? 
Jardinero de Hesperia, ruiseñor de los mares, 
corazón asombrado de la música astral, 

¿te ha llevado Dionysos de su mano al infierno 
y con las nuevas rosas triunfantes volverás? 
¿Te han herido buscando la soñada Florida, 
la fuente de la eterna juventud, capitán? 

Que en esta lengua madre la clara historia quede; 
corazones de todas las Españas, llorad. 
Rubén Darío ha muerto en sus tierras de Oro, 
esta nueva nos vino atravesando el mar. 

Pongamos, españoles, en un severo mármol, 
su nombre, flauta y lira, y una inscripción no más: 
Nadie esta lira pulse, si no es el mismo Apolo, 
nadie esta flauta suene, si no es el mismo Pan.


Antonio Machado