Pequeñas joyas rojas,
brillantes bajo el sol,
se cuelgan en racimos
del verde de un renglón.
La piel tersa y brillante,
que al tacto es como seda,
guarda en su interior dulce
la promesa que queda.
Un bocado del verano,
un estallido leve,
el jugo en las comisuras,
su rastro que se atreve.
Se entrelazan en cestas,
como el amor primero,
las manos que las buscan,
la risa del sendero.
Sonrisas en los labios,
chispas de lozanía,
las cerezas son sueños
del árbol que aún vivía.
Y aunque breve el encanto
de su presencia roja,
su dulzura en los labios
una vez más se antoja.
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