Aquí, la puerta abierta,
unos gatos que muerden basuras y esperanzas
esta marejadilla sin plata que arrasar
y aquí suelo dejarme,
sentada hacia la lluvia
sin apenas decirte lo mucho,
sin tu forma de hablarme socavada en el gesto.
Ni voy reconociendo
desmantelados signos de la tarde tan larga.
Pero es que sin tu risa
soy capaz de extenderme satisfecha en la noche
y soy capaz de tanta soledad.
Ya sé que somos dos.
Podríamos herirle los ojos a los puentes
aunque duele este número,
herirlos gravemente,
definitivamente
y luego avanzaríamos hasta donde los cisnes,
hacia aquella ventana que sugieren las olas,
hasta donde los cisnes poseyeron a Leda,
allí te besaría un vez más
donde se descomponen tu pasado y el mío.
Es tan roja,
tan roja,
la forma de morir de algunas tardes.
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