con su constante precisión de olas imparables,
viene y va,
se aleja o regresa,
resuelve su singular lejanía
con unas palabras de espuma
que bajo el sol
se desvanecen.
Ese mar que alimenta fantasmas y retornos,
ese mar que alimenta buques con pesadas cargas
y caracolas en las manos de un niño,
ese mar que desencadena tu rostro y mis labios,
tu noche y mis miedos.
Yo, inútil marinero
de rocas en la orilla,
siempre quise comprender el mar,
su memoria azul,
su mirada de vigía, la latitud
de esos puertos donde descansar
la atormentada vida,
fatigada por salvar
unos pocos restos del naufragio.
Porque el mar, el siempre mar,
es el lugar de todos los puertos
y solo uno,
es el oculto oleaje
donde a un hombre le es devuelta, al fin,
la voz de ese niño
sumergido
en lo más profundo de la memoria.