Estaba allí, esperando.
La encontré una mañana
en las afueras de mi pueblo,
en la vecina orilla del hermoso camino.
Jugaba ingenuamente con el tiempo
y pude contemplar su rostro espléndido,
jubiloso, radiante,
y los colores vivos de su traje.
Estaba allí, erguida,
brotando
como una espiga nueva.
Cantaba una canción esperanzada.
Corrí de casa en casa,
salté de corazón en corazón,
y expandí la noticia.
Pero ni los mayores me escucharon.
No. Decididamente.
Nadie la recordaba.
Se llamaba alegría.