Me acerqué a la terraza después del fuerte amor
y contemplé de nuevo la habitación a oscuras. El cuerpo luminoso de Sigrun sobre vencidas sábanas y su indolente y roja cabellera resbalando dormida hacia la alfombra. Aspiré en la rotunda madrugada aquel dulce cansancio que me reconciliaba con la vida. El aliento dejaba rostros fugaces de humo y un viento enloquecido los penetraba deshaciéndolos. Con un fondo de hielos y volcanes guardaba Reykjavik la inquietud de su otoño. Era ya la frontera de la noche o la mañana. Aquella oscuridad neblinosa tuvo un temblor, un brusco sobresalto, no el viento que arreciaba, ni el duro helado mar, fue el nacimiento de otra luz. Una luz que jamás había visto. Inmensas franjas blancas emergían de un delta prodigioso, solemne. Su anchura recorrió el firmamento. Aluviones de bríos luminosos invadían las ramas de los aires. Colores fulminantes atándome a su vértigo. Silenciosos clamores de luz verde. Se abrían los azules y amarillos llenos de plenitud, crecía un fulvia de oro, el violeta imposible, el naranja feliz, ocres de fuego y ámbar, veloces, legendarios, y el celeste y el níveo y el de luz con más luz. De pronto el colorido inabarcable pareció detener su cósmica alegría, el frío lo tornó inmóvil, lo apresó en su invisible cárcel y cuerpo dio su luz. Intensoso ojos de hielo nacieron en las brumas, pentagramas, velámenes, banderas, ascuas y flores de la luz cerrada navegando en la altura, encendiendo las bóvedas sin fin. Han pasado los años tan veloces y lentos. Quizá la mayor parte de lo que ya he vivido sólo sea experiencia repetida perdiéndose en mi ser y su memoria; mas, sin embargo, nunca he olvidado la dormida sonrisa de Sigrun despertándose ante la aurora boreal de Islandia. |
domingo, 14 de agosto de 2011
AURORA BOREAL EN ISLANDIA
sábado, 13 de agosto de 2011
A MARGARITA
Margarita está linda la mar,
y el viento,
lleva esencia sutil de azahar;
yo siento
en el alma una alondra cantar;
tu acento:
Margarita, te voy a contar
un cuento:
Esto era un rey que tenía
un palacio de diamantes,
una tienda hecha de día
y un rebaño de elefantes,
un kiosko de malaquita,
un gran manto de tisú,
y una gentil princesita,
tan bonita,
Margarita,
tan bonita, como tú.
Una tarde, la princesa
vio una estrella aparecer;
la princesa era traviesa
y la quiso ir a coger.
La quería para hacerla
decorar un prendedor,
con un verso y una perla
y una pluma y una flor.
Las princesas primorosas
se parecen mucho a ti:
cortan lirios, cortan rosas,
cortan astros. Son así.
Pues se fue la niña bella,
bajo el cielo y sobre el mar,
a cortar la blanca estrella
que la hacía suspirar.
Y siguió camino arriba,
por la luna y más allá;
más lo malo es que ella iba
sin permiso de papá.
Cuando estuvo ya de vuelta
de los parques del Señor,
se miraba toda envuelta
en un dulce resplandor.
Y el rey dijo: «¿Qué te has hecho?
te he buscado y no te hallé;
y ¿qué tienes en el pecho
que encendido se te ve?».
La princesa no mentía.
Y así, dijo la verdad:
«Fui a cortar la estrella mía
a la azul inmensidad».
Y el rey clama: «¿No te he dicho
que el azul no hay que cortar?.
¡Qué locura!, ¡Qué capricho!...
El Señor se va a enojar».
Y ella dice: «No hubo intento;
yo me fui no sé por qué.
Por las olas por el viento
fui a la estrella y la corté».
Y el papá dice enojado:
«Un castigo has de tener:
vuelve al cielo y lo robado
vas ahora a devolver».
La princesa se entristece
por su dulce flor de luz,
cuando entonces aparece
sonriendo el Buen Jesús.
Y así dice: «En mis campiñas
esa rosa le ofrecí;
son mis flores de las niñas
que al soñar piensan en mí».
Viste el rey pompas brillantes,
y luego hace desfilar
cuatrocientos elefantes
a la orilla de la mar.
La princesita está bella,
pues ya tiene el prendedor
en que lucen, con la estrella,
verso, perla, pluma y flor.
* * *
Margarita, está linda la mar,
y el viento
lleva esencia sutil de azahar:
tu aliento.
Ya que lejos de mí vas a estar,
guarda, niña, un gentil pensamiento
al que un día te quiso contar
un cuento.
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