Al clausurar el sueño,
cuando cerré la carta
y volví a la rutina,
descolgué el corazón
para no recibir llamadas.
Me puse el rostro sereno,
eché al bolsillo las llaves,
los saludos y las gracias.
Con anteojos oscuros
me protegí contra la realidad quemante,
porque en el clima nuestro
hace daño mirar las cosas cara a cara;
produce irritación
y puede provocar lágrimas.
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