Alguna vez creí hablar contigo,
Neruda, allá en tu tierra; tú decías
que la primera música en Parral
fue el soplo virtuoso de la espiga,
y aquel silbido patriarcal del viento
llevando sobre el lomo su familia
de cartas sin destino, de hojarasca,
de lágrimas y páginas escritas.
Contabas que te hiciste compañero
del sol que madrugaba con la brisa.
Sobre la miel y el pasto quebradizo
tendiste la frazada de tu vida.
También contabas que al amor cantando
del hielo liberaste a la poesía.
Jamás te perdonaron los poetas
que honraban las estatuas de caliza,
la musa muerta, la ya fría lágrima
que le quitó el pañuelo a la mejilla.
Jamás te perdonaron los poetas
Tu nombre fue quemado en una pipa.
Volviste, tan alegre, de la hoguera.
Naciste, nuevamente, en tu ceniza.
Una pleamar de estrellas en el norte
levanta cada noche tu poesía.
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